Aunque Oliver esperaba a que la cosa se suavizara un poco, nada salió como él esperaba.
Todo eran tan impredecible.
Tener a su alumna frente a él, con esa actitud tan seductora le ponía a temblar y a alucinar cosas que no debía, mucho menos en una sala de clases y rodeado de tantos ojos curiosos.
Oliver se tomó un tiempo para hablar con sus alumnos y guiarlos en los errores que habían cometido en sus informes. Le costó concentrarse, porque, en el fondo, podía ver a Abigaíl leyendo.
No sabía que leía, pero, demonios, se veía preciosa cuando se concentraba.
Se castigó por tener pensamientos tan... lujuriosos, más con una alumna. Eso no era correcto. No era correcto de ninguna forma.
Aunque ese no era el primer año de Oliver enseñando en esa universidad, era el primer año en el que una alumna llamaba su atención de formas tan atrevidas.
Sí, había tenido alumnas que habían intentado seducirlo, pero siempre se había mantenido al margen.
No entendía qué era lo que le estaba pasando con A