Oliver se escapó a la sala de profesores, donde el resto de sus colegas se reunía a trabajar o a pasar el rato. Pensó que allí encontraría un poco de alivio a todo lo que sentía.
Eligió una mesa al fondo, lejos de todos y se sirvió una taza de café.
Aunque no tenía clases hasta después de almuerzo, aprovechó de que sus hijas estaban en la escuela para revisar exámenes pendientes y organizar su horario de trabajo.
El fin de semana tenía que salir con las niñas. No quería defraudarlas, mucho menos ahora que su madre cada vez se alejaba más y más. Las tenía en el olvido.
—El café no te hace bien —siseó Victoria admirándolo con una sonrisa desde la puerta de entrada.
Oliver escuchó su voz y aunque su compañera de trabajo siempre lo hacía sentir aliviado, en ese momento, solo se sintió agobiado.
No tenía cabeza para hablar con nadie.
—Me ayuda a tener energía —contestó y dejó lo que hacía para verla con atención.
No podía negar que era atractiva, tal vez más que su esposa, pero existía