Oliver gruñó cuando se quitó las bragas de la cara y las escondió en su puño.La cara se le puso roja producto de la ira y una desesperación nació desde el fondo de su barriga. Por otro lado, Victoria no se quedó atrás. Se sentía una estúpida, atrapada en un juego cruel. Se agitó con notoriedad y el pecho le subió y bajo con apuro, mostrándola alterada, rabiosa, grotesca.Un arrebato desconocido la invadió y se atrevió a golpearlo en la cara, una y otra vez. A Oliver, sus golpes lo pillaron de sorpresa. Él se había quedado estancado procesando la verdad de Abigaíl. Existían tantos detalles que la envolvían que, empezaba a sospechar que todo era cierto.Estaba tan noqueado que, los golpes poco los sintió. —¡¿Cómo pudiste?! —Victoria le preguntó dramática y lloró con desconsuelo.Oliver enarcó una ceja. —Cómo pude ¿qué? —respondió confundido y se cansó de sus arrebatos, asi que la cogió fuerte por los brazos para que se tranquilizara.Victoria sollozó con desconsuelo.—¿Cómo pudiste
—¡Oliver, te estaba buscando por todas partes! —exclamó el Decano y con una sonrisa caminó hacia él.Oliver suspiró aliviado al entrever que sus pesadillas no se habían convertido en realidad y con premura escondió la braga que aun aferraba en su puño.La metió en el bolsillo de su pantalón, con disimulo. El profesor especuló que todo había terminado.Oliver hizo un amago para decir algo, para saludar y hacer una broma divertida, pero el hombre se le adelantó:—Oliver, la junta directiva aprobó tu presupuesto para el Club de natación y para el Club de deporte en edad escolar —confirmó y al profesor se le revolvió el estómago—. Están muy conformes con tu desempeño y con el de los nuevos alumnos —agregó y le palmeó la espalda, feliz de tener a alguien tan experto con él en su universidad. Oliver tragó duro y se esforzó grandemente por recomponerse.No quería arruinarlo.No podía darse ese lujo. —Vaya, es una noticia maravillosa —siseó a duras penas, intentando armonizar sus sentimient
Simona caminó hasta la casa con una sonrisa torcida. A veces creía que Oliver seguía ciego y creyendo que Scarlett volvería a casa y podrían comenzar a jugar a la familia feliz otra vez.No creía. Eran las señales que el hombre dejaba entrever cada vez que la madre de las niñas los visitaba. Las visitas cada vez eran más crueles. La mujer se preocupaba de que Oliver pudiera ver que era una mujer libre, con amantes, amigos y una vida activa.Simona se recostó en el marco de la puerta y con congoja miró a su amigo ser destruido una vez más. Quiso verle el lado bonito al asunto: Oliver era capaz de perdonar, incluso después de una traición tan fea. Oliver estaba de pie frente a sus hijas, admirando con una sonrisa la desenvoltura de Scarlett para llegar a ellas. Lo hacía parecer tan fácil.Era masoquista, no se podía negar. Se iba a torturar con esos recuerdos las siguientes semanas, hasta que ya no tuviera nada más que quemar. Se quedó unos instantes perdido en su esposa. Era hermos
La joven estaba derretida en la silla y con las manos escondidas bajo la mesa; se pellizcaba los muslos por encima de la falda que vestía y apretaba las piernas cada vez que lo veía. Era perfecto. Quiso disimular, pero no podía despegar los ojos de él; y es que lo que tenía frente a ella era el mejor espectáculo que había visto nunca.Cuando el hombre volteó para buscar los apuntes que había preparado la noche anterior, se encontró con la mirada perdida de Abigaíl.La joven siempre le había causado curiosidad. Siempre atenta, con una bonita sonrisa para él.—Señorita Andrade, hágame un resumen de lo que dije, por favor —pidió el profesor y se cruzó de brazos encima del pecho.La aludida se rio con disimulo y es que no podía ser más ridículo.Cuando se cruzaba de brazos, se le marcaban los músculos por debajo de la camiseta y eso la hacía ponerse terriblemente mal. —-Usted… —balbuceó suave—. Usted habló del corazón y… —No recordaba nada.Había estado más pendiente de sus músculos y
Se mostraron tan alborotados los alumnos con el desmayo de su compañera, que el profesor prefirió la ayuda de una mujer.Llamó a Andrea para dirigirse hasta la enfermería de la universidad.Andrea no era muy cercana a Abigaíl, por lo que no se mostró muy satisfecha de abandonar la clase, pero mantuvo la sonrisa dibujada en la cara cuando vio que el Señor Lane iría con ellas.—De seguro se desmayó porque sabe que va a reprobar —burló la joven que caminó a su lado cargando el bolso y las pertenencias de la afectada.Oliver mantuvo la boca cerrada y es que le requería un gran esfuerzo cargar a la joven desvanecida entre sus brazos, más al notar la poca ropa que vestía. La falda corta era todo un problema para él. Podía sentir la piel de sus piernas rozando sus brazos. Y, de alguna extraña manera, eso lo hacía sentir nervioso e incómodo. La joven ingresó a la enfermería con cara de pocos amigos y miró al profesor Lane con los ojos brillantes. Le parecía tan guapo y masculino que no podí
El profesor se marchó a paso veloz, dejando atrás a Abigaíl Andrade y esas locas ganas que sentía de brindarle su ayuda. Y es que, en el fondo, aunque tenía un corazón blando y amable, necesitaba velar por la seguridad de su trabajo, ese que requería urgentemente.Y eso significaba alejarse de alumnas problemáticas como Abigaíl. Se olvidó de la joven durante toda la mañana, o al menos eso quiso hacer, pues cuando la hora de la almuerzo llegó y los profesores se reunieron en el casino a compartir y a relajarse en su hora libre, Oliver Lane no pudo pensar en otra cosa que no fuera en Abigaíl Andrade.Se comió la ensalada con un trago amargo en la garganta y apenas pudo probar el pollo con especias que él mismo había preparado en la mañana, y cuando llegó a la fruta que había metido en su bolso, no pudo comérsela.Solo podía pensar en que esa joven no tenía para comer y se le quitaba el apetito. —Estás muy callado —siseó Victoria, la consejera estudiantil con quien salía de vez en cua
Atemorizada por lo ocurrido, la joven corrió acobardada por el amplio y verdoso campus, respirando con tanta dificultad que en algún segundo pensó que iba a desmayarse.Al no tener una escapatoria, y arrancando como si el mismo demonio estuviera persiguiéndola, terminó metiéndose a la fuerza en el sector de la piscina, donde solo el equipo de natación tenía autorizado ingresar.Sin pensárselo dos veces, se lanzó al agua con ropa, todo con el fin de encontrar calma a tanto ardor que la sometía.Pensó que se estaba volviendo loca. Dejó que el agua helada le enfriara los pensamientos y aunque se iba a tener que ir escurriendo a casa, nada le importó en ese momento, y solo se concentró en recordar la cara que el profesor había puesto.Cuando asimiló los hechos, se carcajeó descontrolada y salió a flote para celebrar. Chilló también cuando entendió lo que había ocurrido, más cuando recordó lo que había hecho.«Eres grotesca». —Molestó su lado prudente—. «¿Qué va a decir de nosotras ahora?
A pocos kilómetros de allí, Abigaíl ordenó el jardín trasero de su casa y aunque esa mañana se había levantado muy cansada por el agitado ritmo de vida que llevaba, el extraño y tenso encuentro con su profesor, ese al que soñaba a diario, la había dejado enérgica y de muy buen humor.Sacó la basura sin decir mucho, con los auriculares alrededor del cuello, escuchando un poco de música y moviéndose rítmica por todo el lugar. Sus hermanos estaban allí, ayudándole con el orden y la limpieza y aunque restaban unos cuantos días para que su madre regresara, la joven disfrutaba de aquella rutina que la liberaba de todas sus aprensiones.—Abi, ¿mañana estarás con nosotros o debes trabajar? —preguntó Bastián, uno de sus tres hermanos menores.Abigaíl suspiró, pero no cansada, si no entristecida por lo que aquello significaba. Los niños anhelaban estar con ella, encontrar entre sus brazos, palabras y deliciosas comidas, a una madre, pero aquello significaba sacrificios que ya empezaban a supe