Capítulo 4 Jaque mate

Su respuesta es inesperada. Su aparente fragilidad engaña hasta al más astuto, pero es una fiera salvaje de garras letales y afiladas.

―¿Puedes explicarme qué carajos es lo que pasa contigo? ―grita furiosa, con esa boca tan viperina y ágil que me deja perplejo. Sin embargo, lo que me deja con la boca seca en esa actitud desafiante que muestra, es ese par de pezones duros taladrando mi pecho― ¿Cuál es el motivo que te impulsa actuar con esa actitud malsana contra mí?

¡Vaya con la señorita! Sí que sabe usar los tacos como un perfecto camionero. Su reacción causa un efecto extraño en mí. En lugar de sentirme enfadado y predispuesto, solo siento admiración por esa actitud combativa y salvaje que la hace ver… ¿sexy y sensual?

―¿Perdona?... no entiendo a qué te refieres ―pregunto cómo quien no entiende la cosa.

Estoy a punto de soltar una gran carcajada, pero decido seguirle la corriente. Es emocionante verla furiosa y frustrada. Así que respondo con humor y sarcasmo para que entienda que sus jodidas preocupaciones me tienen sin cuidado.

―¿Intentas hacerme creer que tu cruel comportamiento es solo un malentendido de mi parte? ¿Acaso piensas que no me he dado cuenta de lo que estás haciendo? ―inquiere furiosa―. Desde que puse un pie en esa sala te mantuviste alejado en todo momento ―presiona con su uña escarlata sobre mi pecho y ese insignificante toque hace temblar mi cuerpo de pies a cabeza―, rehuyéndome y haciéndome sentir como si fuera la peste ―es una bomba explosiva, con carácter y mucha actitud―. No te atrevas a verme la cara de idiota, Ethan ―mi nombre en su boca produce una exquisita sensación de placer infinito―, como para no comprender, que te incomoda el hecho de que me haya aparecido en esta empresa.

A pesar de que la mujer parada frente a mi es el objeto de mi odio, no puedo negar que me siento atraído por la entereza que demuestra al defenderse. Es una fiera en todos los aspectos. ¿Será igual en la cama?

―Puedo asegurarte con absoluta certeza que tu presencia en esta empresa me resulta indiferente ―esas últimas palabras las he sentido falsas y vacías―. Tus acusaciones son infundadas y carecen de sustento ―le expreso con prepotencia, aun sabiendo que sus reclamos tienen fundamento―. Mi presencia en esa reunión fue un mero asunto de formalidad derivado de mis obligaciones contractuales, más no estoy obligado a recibirte con bombos y platillos. Solo eres una empleada más que acaba de llegar a este lugar y eso no significa que merezcas un trato preferencial de mi parte.

Sus ojos se abren como platos debido al impacto causado por la dureza en mis palabras. Un rastro de humedad se esparce por sus ojos, pero logra controlarla astutamente con un par de parpadeos que la hace desaparecer de un plumazo. De repente me siento como un miserable bastardo. Sé que me he sobrepasado con esas palabras tan inapropiadas. Intento pedirle disculpas, pero antes de que lo haga, se da la vuelta y se aleja de mí. Carajos, la he cagado a lo grande y le he dados motivos suficientes para ponerme de patitas en la calle. Al fin y al cabo, es mi jefa, aunque no me guste.

Unos segundos después se da la vuelta. Su actitud es diferente, se ve decidida y quizás muy furiosa… Oh, oh.  Para mi gran sorpresa, se acerca y se detiene a poca distancia de mí. A pesar de su semblante calmado y controlado, todo en ella me recuerda a los eventos que provoca un sunami antes de volver a la costa y arrasar con todo a su paso. Sin embargo, lo que sucede a continuación me deja desarmado y fuera de foco. En lugar de lanzarme toda su artillería o dispararme proyectiles desde sus enormes pechos, me deja aturdido con su mirada intensa. Trago grueso.

<<Líbrame del agua mansa que de la brava me libro yo>>

―No te estoy pidiendo en absoluto me consideres de manera diferente ―dice resignada―. Solo te exijo un trato respetuoso y me hables con propiedad. No sé qué circunstancias te obligan a comportante de esa manera conmigo, pero te aseguro que no estoy dispuesta a soportarlo una vez más ―ni siquiera sé cómo reaccionar al respecto―. Tampoco he hecho nada contra ti para merecerlo.

Mis palabras han sido desmedidas, lo reconozco, y en más de una forma la he ofendido más allá de mis intenciones. Siento remordimiento por lo ruin de mi comportamiento, pero hay algo en ella que me hace perder la razón y me impulsa a actuar como un gilipollas. Abrigo la necesidad de abrazarla y pedirle disculpas, pero sería algo inapropiado bajo estas circunstancias.

¿Qué estoy haciendo? Primero decido hacerle pagar el que me haya arrebatado el cargo que me pertenecía y ahora ¿siento piedad por ella? Estoy actuando como un perfecto idiota, dejándome enredar por los encantos de esta embaucadora. ¡Joder! Ya ni yo mismo me entiendo.

―Entonces es preciso que te aclare de una vez por todas, esta situación ―mido mis palabras, que estemos en guerra no significa que siga actuando como un m@ldito patán―. De ninguna manera he pretendido causar daño o hacerte sentir que no eres bienvenida en esta empresa o esperar que fracases en tu gestión ―es la mentira más grande que este planeta, pero ella no tiene por qué saberlo―, lo que hagas o dejes de hacer en este sitio carece de importancia para mí, a menos que, con ello afectes de manera directa, mi trabajo en este lugar ―concluyo―. No tengo por qué darte ningún tipo de explicación, nada me obliga a hacerlo.

¡Mierd@! Volví a meter la pata hasta el fondo. Es que esta mujer… ¡Por Dios! No sé qué diablos me está pasando, ni por qué razón reacciono de esta forma contra ella.

―En eso te equivocas ―adiós al dulce conejito que estaba parado frente a mí y bienvenida a la muñeca diabólica―, sí, me debes explicaciones y ¿sabes por qué?

Me tiene en su juego, lo acepto y espero su respuesta.

―Porque para tu pesar… soy la “directora ejecutiva” ―remarca esas dos palabras con bastante tesón―, y tú, eres mi put0 subalterno.

¿Qué acaba de decir?

Se da la vuelta y sin más nada que decir, se aleja con paso apresurado dejándome en shock y sin ningún tipo de reacción ante lo que acaba de pronunciar.

¡Jaque mate… gana la partida!

****

―¿Puedes creer que esa bruja se ha atrevido a insultarme? Pero… ¿Qué diablos se ha creído? ¿Piensa que puede hablarme de esa manera? ¿Venir a gritarme en mi propia cara que soy su maldit0 subalterno? ―las venas de mis sienes están palpitando con intensidad― ¿Acaso no sabe a quién carajos le está hablando?

Camino furioso de un lado al otro, despotricando y soltando maldiciones como muchachito malcriado. Daniel, observa divertido, mientras le cuento todo lo sucedido con la sustituta de Daenerys Targaryen.

―Es increíble reconocer que esto esté sucediendo ―suelta de repente―. Si alguien me hubiera dicho un tiempo atrás que te vería de esta manera, me habría reído a carcajada suelta en su propia cara.

Se recuesta en la silla, dobla los brazos detrás de su cabeza y la apoya sobre estos de forma cómoda en tanto una risita divertida tira de la esquina de su boca.

―¿A qué demonios te refieres?

No logro entender cuál es su punto, tengo la impresión de que no ha escuchado nada de lo que le he dicho. Me choca que no se tome esta conversación en serio.

―Por primera vez una mujer ha logrado ponerte en tu lugar, Ethan ―suelta como una burla―, además, ha conseguido sacarte de tus casillas ―sonríe, como si aquello se tratara de su mejor chiste―. Esta chica le ha dado un gran puñetazo a tu ego masculino. Relájate tío y tómalo con calma, esa actitud es nociva para tu equilibrio emocional.

¿Qué narices? ¿A mí? ¿Acaso se ha vuelto loco?

―¿Pe… pero qué jodida estupidez acabas de decir? ―espeto indignado mientras lo fulmino con la mirada― No hay mujer en este planeta que pueda doblegarme ―le aclaro―. Esto era lo último que me faltaba ―lo señalo con mi dedo―, que te pusieras del lado del enemigo ―refunfuño molesto, a punto de arrancarme los pelos de la cabeza―. Ahora resulta que te has convertido en un put0 experto en psicología y tienes la respuesta a todos los conflictos y dilemas de la humanidad ―expreso con tono reprobatorio―. Pareces olvidar que esa embaucadora me acaba de arrebatar el puesto en mis propias narices, haciendo uso de quién sabe qué argucias para lograrlo.

Me enoja hasta los huevos su actitud condescendiente. Llevo los dedos hasta el puente de mi nariz, como respuesta a la irritación que sus palabras me han causado.

―Solo te confirmo lo que estoy viendo ―insiste con una sonrisa burlona que me tiene a punto de borrársela de su estúpida cara―. Jamás te había visto actuar de esta manera, así que, esa chica debe tener algo especial. Ahora sí que tengo curiosidad por conocerla a fondo.

¿En serio? Su testarudez me enerva, lo fulmino con la mirada y salgo de su oficina como perro rabioso y echando espuma por la boca, no sin antes azotar la puerta con gran estruendo.

El día se ha convertido en una jodida m****a. He soltado más maldiciones en este corto tiempo de las que he pronunciado en toda mi vida. Decido retirarme de la empresa y dar por concluida todas mis actividades antes de que termine cometiendo un acto del que pueda arrepentirme para toda la vida. Le informo a Sara, mi asistente personal, que las dos reuniones pautadas para esta tarde están suspendidas y que las difiera para el día siguiente. Una de ellas es con la nueva mandamás de la empresa, así que me importa un bledo si mi ausencia le hace estallar los ovarios. También le indico que no me moleste por ningún motivo o circunstancia, a menos que se trate de una catástrofe nuclear.

―Entendido, señor Callaway, enseguida realizo los cambios respectivos. ¿Algún otro asunto de último momento que necesite se resuelva durante su ausencia?

¿Qué haría sin esta mujer tan eficiente?

―Sí, por favor, prepara la carpeta de Global Enterprise y déjala sobre mi escritorio. Comunícate con Steve e indícale que la maqueta en 3D y los planos de diseño deben estar terminados para el fin de semana, ya que el lunes debemos presentar el proyecto final a nuestro cliente.

―Lo haré de inmediato, señor Callaway.

Decido abandonar el lugar o terminaré perdiendo los nervios de un momento a otro. Me dirijo al ascensor antes de la hora del almuerzo para evitar encontrarme con personas no gratas, en especial con el objeto de mi mal humor. Oprimo el botón que me lleva directo al estacionamiento y una vez llego sótano, ubico mi Lamborghini aventador negro y parto con dirección a mi apartamento.

Solo hay una forma de drenar toda la irritación que mantiene tenso todo mi cuerpo. Activo el manos libres y en tan solo dos repiques obtengo inmediata respuesta.

―Hola, cariño, casualmente estaba pensando en ti.

―Me alegra que así sea ―indico satisfecho―. Irina, te quiero en el apartamento en menos de treinta minutos y por favor, no te demores.

Cuelgo sin esperar contestación. Nunca obtengo un no por respuesta.

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