Esto es mi culpa. Mi pequeño ángel, mi hermosa bendición. Señor, debiste llevarme a mí y darle mi vida a ese pequeño ser que solo vino a este mundo a llenar nuestras vidas de alegría y felicidad. Ahora solo queda ruina y desolación.
—Quiero verla, Evans —sigo llorando sin parar―. Suéltame y deja que vaya a llorar junto a mi mujer, por ese ángel que tuvo que partir antes de tiempo.
Me observa confuso.
—No, Ethan, tu hijo no está muerto. Pudieron detener el sangrado a tiempo. El ginecólogo intervino en el momento indicado para salvar la vida de tu hijo. Tu mujer está de reposo y tiene prohibido levantarse y realizar cualquier esfuerzo que pueda poner en riesgo la vida del bebé.
Limpio mis lágrimas y lo miro desconcertado.
―¿Mi hijo está vivo?
Asiente en respuesta. Mi familia está completa. ¡Gracias a dios!
—Por favor, Evans, quiero ver a mi mujer, necesito estar con ella, aunque sea por un segundo.
Niega con la cabeza.
—Lo siento, Ethan, pero creo que no será posible, tu condici