La miró con atención, casi queriéndola matar con la mirada. Ya es momento de que deje de temer y de ser una niña inocente si he visto que mi prima hará todo lo posible para quitarme del camino.
No apartó la vista de ella; notó cómo hay una pizca de miedo en sus ojos, a la vez un poco de ira contenida. Si mi vista fuera un arma, ya estaría ella muerta en el piso.
—¡Qué te pasa, loca! —eleva la voz sin dejar de tocarse la mejilla que aún está bastante roja.
—¡No permitiré que venga a insultarme una zorra arpía como tú que, teniendo a su atractivo esposo en la casa, estuvo a sus espaldas besuqueándose con su guardaespaldas! —vociferó con fuerza porque ya no ocultaré nada.
Al decir eso, miró cómo los ojos de Tania se abren enormemente, como si un balde de agua fría estuviera cayendo sobre ella, y voltea a ver a Adriano como esperando que él no haya escuchado.
—Creíste que no sabía o que él nunca se enteraría.
—Eso es mentira —responde con rabia.
—Deja de fingir, Tania, tú sabe