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Quizá, su estómago le rugía, pero con toda sinceridad, prefería comérsela a ella que al almuerzo. Su breve sonrisa se incrementó mientras pensaba y de repente, la idea de que el estúpido de Ethan todavía se encontrase abajo, lo encendió

—Serena, espérame —indicó Daniel, moviéndose de su habitación hasta las escaleras con prisa y encontrándolo en el tercer peldaño.

Cuando su prima se giró para verlo, sintió que algo se rompía en su interior. Su cabello cayéndole, sus ojos tintineándole con dulzura, sus labios todavía humedecidos, la curva de su cuello y esa enorme sonrisa que le helaba el cuerpo

Era perfecta. Tan jodidamente perfecta.

—¿Qué sucede, Daniel? —Serena preguntó aturdida por el semblante de su primo.

—Nada, solo que, en estos momentos, te detesto y pienso que eres una tonta.

Serena enarcó ambas cejas y dejó escapar una risa, algo confundida.

—¿Por qué? —le cuestionó.

Sin dudarlo más tiempo, Daniel descendió las escaleras y le envolvió el cuerpo con las manos, hundiendo su ro
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