El rostro de Alejandro se endureció. —Has ido demasiado lejos.
—¿Demasiado lejos? ¿Por qué? ¿Porque he descubierto la verdad? ¿Porque sé que eres un delincuente?
Alejandro la abofeteó. El golpe fue seco y resonó en el silencio de la habitación. Trina sintió el ardor en su mejilla, el sabor metálico de la sangre en su boca. Las lágrimas brotaron de sus ojos, no por el dolor físico, sino por la traición y la brutalidad de su acto.
—No me llames delincuente, Trina —dijo Alejandro, con voz baja y peligrosa—. No sabes nada.
Trina lo miró, con los ojos llenos de odio. —Lo sé todo. Sé que eres un mentiroso, un ladrón, un…
Él la interrumpi