La pasión que sentía se mezclaba ahora con una furia helada. ¿Cómo pudo ser tan ciega y dejarse llevar por el deseo, ignorando las señales de peligro?
Se vistió con sus ropas, lenta y mecánicamente. Necesitaba salir, respirar y pensar. La finca, antes un santuario, ahora se sentía como una prisión.
Salió de la suite y fue al jardín. La noche era oscura, el aire fresco. Trina caminó sin rumbo, sus pasos resonando en el silencio. La imagen de Jhosua, luchando por protegerla con el rostro ensangrentado, se mezclaba con la de Alejandro, quien la había protegido con una bofetada.
Se sentó en un banco de piedra bajo un olivo centenario. Las lágrimas volvieron a brotar, ahora de tristeza. Había amado a Alejandro, o creído hacerlo, pero el amor no podía basarse en