Capítulo 3

Hizo un esfuerzo por tocar la puerta con suavidad, pero la ansiedad le tenía ganada la batalla. Dio un respingo cuando esta se abrió de forma brusca y apareció la figura llena de músculos de Carlos.

Al principio, él parecía furioso, pero luego, la miró con alarmante sorpresa.

—¡¿Qué demonios haces aquí?! —preguntó—. Cuando te dejé en tu casa te dije que esperaras noticias mías.

Tania tenía el corazón desbocado. Sin embargo, se paró recta frente a él y colocó las manos sobre las caderas.

—De aquí no me voy sin saber de Lucas.

Por la cara del hombre pasaron cientos de emociones que le desfiguraron el rostro y lo hicieron más aterrador. Pero pronto, se relajó.

Miró con extrema precaución a ambos lados de la calle y luego la hizo entrar a los empujones en la casa para después cerrar de un portazo.

—¡¿Te volviste completamente loca?! —gruñó.

—Necesito hablar contigo, eres el único que puede darme respuestas.

—¿Estás consciente de que acabas de sentenciar tu vida?

La mirada iracunda del sujeto la estremeció. A pesar de sus temores, ella se envalentonó y volvió a asumir una pose recia con los brazos cruzados en el pecho.

Él estaba a punto de estallar por los nervios. Se pasó una mano por la cabeza para liberar parte de su angustia.

—¿Cómo me encontraste? —inquirió agobiado.

—Tu nombre y dirección están aquí —expuso Tania, y sacó del bolsillo trasero de su pantalón el diario que le había entregado Don Severiano.

Carlos, al verlo, se impactó de tal manera que la hizo pensar que caería en el suelo afectado por un infarto mortal.

—¡¿De dónde sacaste ese libro?! —gritó.

—Aquí la de las preguntas soy yo —acusó Tania con severidad.

Carlos se acercó con el rostro tenso y enrojecido y la tomó con fuerza de un brazo.

—Esto no es un juego, niña, la vida de muchas personas está en peligro. Así que responde.

La chica perdió todo el valor que con esfuerzo había reunido. El cuerpo le temblaba y el corazón le galopaba con energía.

—Lucas pidió que me lo entregaran si algo le sucedía. Me lo dio el dueño de la librería donde trabaja.

Carlos la soltó con brusquedad y la miró con unos ojos encendidos en cólera.

—¿Que Severiano hizo qué…? —se quejó, pero de forma instantánea se le apagó la voz.

Los ojos se le cerraron con fuerza y apretó las manos en puños, segundos después respiró hondo y aflojó la postura. Cada vez le costaba más mantener el control.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó Tania con angustia.

—Tenemos que salir de aquí.

Carlos se dirigió apresurado a la cocina, con Tania pegada a su espalda. Se detuvo frente a un armario de hierro, que al abrirlo, reveló una amplia variedad de armas de diferentes tamaños, calibres y modelos.

—¿Qué… qué…? —balbuceó ella.

Aquella visión le heló la sangre. Si era necesario el uso de tales objetos, entonces, la situación era más complicada de lo que había imaginado.

—Tienes que decirme qué sucede —exigió, con la voz entrecortada—. El diario habla de reacciones que experimentaron ciertas personas sometidas a extrañas pruebas… —Carlos ignoraba su charla mientras seleccionaba las armas que debía llevarse y las cargaba con las municiones correspondientes—. Casi todas murieron después de haber sufrido horrorosos dolores —continuó—. ¿Qué tipo de experimentos son esos? ¿Por qué trabajan con humanos? ¿Qué sucedió con los que quedaron vivos?...

El hombre seguía concentrado en su labor. Guardaba las armas elegidas en un bolso. Luego se dirigió a los estantes de la cocina para introducir algunos comestibles.

—¿Qué contuvieron las inyecciones que les aplicaron? —exigía Tania con los ojos húmedos—. No entiendo de química, aquí colocan formulas muy largas y hablan de plantas que desconozco… hasta de animales. ¡Les extraen sangre a animales para experimentar!  —comentó alarmada.

Harta de que el hombre la ignorara, se paró firme frente a él para impedirle que continuara con su tarea.

—¡¿Dónde está Lucas?! —demandó.

Carlos la miró con dureza, pero cierto rastro de admiración se reflejó en su rostro.

—En la Zona 68.

Ella abrió la boca y los ojos en su máxima expresión.

—¿Lo tienen los militares?

—No.

—¡Pero esa es una zona militar!

—¡Lo sé! —exclamó Carlos, harto de la actitud histérica de la mujer.

—Si está en una zona militar, lo deben tener los militares —expuso ella—. ¿Qué hizo?

Él respiró hondo y la apartó para retomar su faena.

—Por favor, dime algo —rogó Tania—. ¿Quiénes son ustedes: terroristas, narcotraficantes, sicarios…? —Se quedó de piedra como si acabara de comprender lo que ocurría y señaló al hombre con un dedo acusador— ¡Quieren asesinar al presidente!

—¡NO! —rugió él y se dirigió con rapidez a una puerta ubicada al lado del estante de las armas—. No todo lo que sucede dentro de una zona militar está dirigido por militares —respondió, sin darle la cara. Ocupado en pasar la infinidad de cerrojos que bloqueaban esa entrada—. Son áreas restringidas que pueden ser utilizadas por empresas o personas allegadas al gobierno, para realizar una actividad privada que beneficie a la nación.

—Entonces, ¿el gobierno está incluido en lo que Lucas escribió en este diario? —concluyó ella.

—¡No! —repitió alterado—. Ellos suponen que es otro tipo de actividades la que se lleva a cabo allí.

Cuando la puerta al fin se abrió, Carlos se giró hacia ella y la observó con mucha atención.

—Somos pocas las personas que conocemos la verdad y todas estamos sentenciadas a muerte —explicó e hizo un esfuerzo por mantener la calma—. Esta casa está vigilada, al venir aquí, marcaste tu destino. No hay vuelta atrás, Tania. Si Lucas te eligió para que formaras parte de nuestro equipo es porque estás capacitada para enfrentar la más dura de las realidades.

Ella quedó inmóvil ante esas palabras y se aferró al diario como si fuera la única balsa disponible en medio de un mar embravecido.

¿En qué locura la había metido Lucas? Ese hombre no solo se conformó con robarle el corazón, también parecía querer llevarse su vida.

—Yo solo soy… una recepcionista —confesó, con una voz débil. Su trabajo en el pueblo consistía en atender llamadas en el hotel más visitado de la zona.

Carlos se irguió y la miró con detenimiento.

—Eres más especial de lo que crees —reveló—, pero ya habrá tiempo para explicarte todo, debemos marcharnos. Si descubren que tenemos el diario, no descansaran hasta matarnos.

El hombre se paró bajo el marco que daba acceso a un pasillo poco iluminado. Tania estaba inmóvil. Carlos le había hablado de secretos y muerte, esa información la dejó perpleja.

—Vamos, mujer —insistió él.

Ella observó con desconfianza el pasillo lleno de sombras e imaginó que así sería su futuro si aceptaba seguirlo, una vida envuelta en misterios y oscuridad.

Y todo por haberse dejado embrujar por el brillo de la mirada de Lucas. Una que la hechizaba cada vez que posaba sus ojos en ella.

Al recordarlo, se le comprimió el corazón. Lo necesitaba, anhelaba volver a ver su sonrisa deslumbrante, sentir sus cálidas manos sobre las suyas y disfrutar de sus sorpresivos besos. Ni siquiera el terror que sentía en ese momento por el destino incierto que la aguardaba era capaz de apagar su ansiedad por estar de nuevo entre sus brazos.

Sin más dilataciones pasó por el lado de Carlos para bajar las escaleras mientras sostenía con fuerza el diario en su mano. Tenía millones de dudas, pero una sola certeza: estaba dispuesta a llegar a donde fuera por Lucas, para estar a su lado.

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