—Disculpe la molestia, señorita Vargas. Sé que es muy tarde, pero hemos detectado por las cámaras a un hombre merodeando sospechosamente frente a su puerta...
El sueño de Ana se desvaneció por completo.
Sin despertar a Selina, se puso un abrigo y se dirigió a la sala de seguridad.
La noche era oscura y ventosa. Todo estaba en silencio y cuando Ana llegó a la sala de seguridad, ya habían pasado diez minutos.
—¡Ya les dije que no soy ningún ladrón! ¡Conozco a la dueña del apartamento!
—Si no me creen, búsquenme en internet y vean si Mateo tiene cara de ladrón.
—...Ja, tengan cuidado, mañana podrían estar en bancarrota.
La sala de seguridad estaba completamente iluminada y llena de alboroto.
Los dos guardias de turno, enfrentando a un sombrío Mateo, siguiendo su buen código profesional, no lo habían liberado a pesar de sus pocas palabras.
Insistían en esperar a que llegara la propietaria antes de tomar cualquier decisión.
Ana abrió la puerta y se encontró con esta escena.
Los dos guardias