La temperatura en Terraflor subía día tras día.
A finales de abril, el termómetro ya marcaba treinta y cinco grados. El sol abrasaba.
La tarde era el momento más caluroso del día. No había mucha gente en la calle cuando Ana esperaba a Sara bajo la sombra de un árbol.
Cinco minutos después...
—Disculpe, señorita Vargas, por hacerla esperar.
Un Audi blanco se detuvo frente a Ana y Sara bajó apresuradamente con su bolso, caminando hacia donde estaba ella. Amablemente le ofreció una botella de agua mineral helada.
Ana la aceptó.
—¿Hablamos en el coche?
Con un sonoro golpe, la puerta cerrada aisló el sofocante calor exterior. El aire acondicionado funcionaba sin cesar y pronto el interior se refrescó.
Sara miraba a través del cristal hacia la entrada vacía de la escuela, agarrando nerviosa el volante.
—Señorita Vargas, solo recogí a Bella del colegio cuando estaba en preescolar... ¿Cree que se alegrará de verme?
Recordando lo ocurrido en los últimos meses, el corazón de Sara estaba lleno de