—Señor Urquiza.
Isabella entró en la oficina de Gabriel con extrema cautela, soportando una enorme presión.
Frente a este hombre de belleza sobrenatural, no se atrevía a mostrar ni un atisbo de codicia en su mirada. Gabriel era mucho más intimidante que Mateo.
Al mismo tiempo, su corazón rebosaba de envidia hacia Ana. ¿Por qué merecía ella semejante trato preferencial? ¡Si no era más que una heredera falsa que había usurpado el lugar de otra!
En las noches, Isabella no podía evitar fantasear: ¿habría Ana usado algún truco para robarle su destino? De lo contrario, ¿cómo explicar que ella, con tan buenas cartas, hubiera fracasado tan estrepitosamente?
La mirada fría de Gabriel la recorrió brevemente, como si incluso mirarla un segundo más le resultara repulsivo.
—¿Te conozco? —preguntó con voz profunda cargada de impaciencia.
Isabella, temblando, se clavó las uñas en las palmas e intentó sonreír, aunque el resultado fue una mueca tan forzada que habría sido mejor que llorara.
—Señor Urqu