—Señor Torres, abróchese el cinturón.
Diego había investigado sobre Ana y no encontró antecedentes de que hubiera participado en carreras.
Apenas la había visto conducir algunas veces.
Dejar su vida en sus manos era completamente por necesidad.
Esperaba...
Antes de terminar de pensar, el auto salió disparado como una flecha.
El grupo que los seguía observó la escena, jadeando.
—Jefe, ¿qué hacemos? ¿Seguimos persiguiéndolos?
—¡Claro que sí! ¡Traigan el auto rápido! ¡Son diez millones de dólares! ¡Terminando este trabajo, ninguno de nosotros tendrá que preocuparse por el dinero el resto de nuestras vidas!
—¡Sin importar el costo! ¡Quien atrape primero a Diego se lleva la mayor parte!
...
Diego, estremecido, se aferraba a la agarradera sobre la ventana.
Su rostro permanecía frío y sombrío, pero su corazón latía frenéticamente.
Ana no conocía bien el terreno y sin navegación, conducía puramente por instinto.
El sudor frío de Diego aumentaba cada vez más.
—Señorita Vargas, yo le daré indica