La mano que sujetaba su muñeca tenía la palma fría y sudorosa.
Antes de que pudiera fruncir el ceño y voltearse, escuchó una voz profunda:
—Señorita Vargas, cincuenta mil dólares si me ayuda con algo.
¿Del cielo caía un pastel relleno de cincuenta mil dólares?
Ana arqueó una ceja con indiferencia mientras buscaba en su memoria a quién pertenecía esa voz familiar.
El medio hermano del ex-marido de Lucía, Fernando: Diego.
Normalmente no tenían contacto, y había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron.
La repentina aparición de Diego la sorprendió un poco.
Pero un negocio de cincuenta mil dólares...
¿No era algo que podría considerar?
Ana:
—De acuerdo, pero suelte mi mano primero y mantenga una distancia segura.
Entre hombres y mujeres solitarios no debía haber contacto físico. Mejor evitar que alguien malintencionado tomara fotos y las usara para crear escándalo.
Diego no la soltó. Se acercó más a Ana, su alta figura proyectándose sobre ella con una presencia intimidante.
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