—Giana, ¿intentas aprovecharte de alguien inconsciente?El repentino sonido hizo que Giana retirara la mano instintivamente, estremeciéndose.
Se giró para ver a Ana apartando la cortina, saliendo.
Su rostro hermoso y frío mostraba un desprecio sin disimulo. Su cabello negro y piel blanca, completamente distintiva.
Giana se mordió el labio, llena de envidia.
—¡No me calumnies! Solo... ¡solo vine a ver a Gabriel!
Luego contraatacó: —¿Y tú qué haces escondida en la habitación de Gabriel? ¡Seguro que quieres aprovecharte de él! ¡Encima me acusas!
Ana no era nueva en este tipo de escenas.
Igualmente absurdo, igualmente risible.
De hecho, Ana no pudo evitar reírse.
Arqueó una ceja: —¿Aprovechándome de mi marido? Giana, ¿estás segura?
...
Gabriel había estado consciente todo el tiempo.
Podía sentir todo lo que sucedía en la habitación.
Sus párpados eran pesados, sin importar cuánto intentara abrirlos.
Sabía que Ana lo había acompañado toda la tarde. Sin poder ver, su oído parecía multiplicarse