El lugar era un caos. Emanuel se masajeó las sienes con la mano, sus ojos se entrecerraron y su voz se volvió fría.
—Sus problemas familiares los pueden resolver después. Ahora, lo importante es encontrar al niño. Están perdiendo tiempo.
Gracias a él, los Ramírez lograron calmarse un poco. Ricardo, con el pecho subiendo y bajando con furia, no podía quedarse. Tenía que verificar algo.
—Sigan buscando, yo voy al baño.
Y salió corriendo, a una velocidad impresionante, como si lo persiguieran perros salvajes.
Laura, con la ayuda de Isabella, se levantó del suelo. Al ver a su esposo alejarse y recordar lo que Ana había dicho sobre Armando, rompió en llanto.
—¡Qué desgracia!
Isabella y Samuel la consolaron rápidamente. Ninguno de los dos sabía qué pasaba entre sus padres, solo asumían que era por lo de Santiago, que les había hecho perder la cabeza.
Ana, que sí sabía la verdad, estuvo a punto de aplaudir. Todo era como lo había previsto. Ricardo no amaba a Laura. Ni siquiera el hecho de