—¿Cómo que mente limpia? A estas horas de la noche, un hombre y una mujer solos en un apartamento... ¿y no pasa nada? ¡Sería un desperdicio!
Ana respondió:
—Entre nosotros no pasó nada. Si algo ocurrió, fue que lo golpeé. ¿Eso cuenta?
¿Lo golpeó?
—Espera.
Lucía quedó completamente aturdida con esa información. Miró a Ana con una mezcla de confusión y perplejidad en su rostro.
—Ana, no sabía que te gustaban esas cosas...
—Cuando digo golpear, me refiero literalmente a golpear.
Ana explicó brevemente lo sucedido.
Lucía se sentó a su lado, chasqueando la lengua repetidamente.
—Ana, he descubierto algo: ¡tienes una resistencia increíble a la tentación! Gabriel fue tan obvio y tú ni te inmutaste. ¿Eres monja o qué?
Si hubiera sido ella, hace rato que se lo habría comido enterito.
Ana:
—...¿Es eso lo importante?
¿No debería ser lo relevante que ella había golpeado a Gabriel?
Lucía decidió no discutir más sobre ese tema.
Cambiando de dirección, preguntó:
—Ana, ¿puedo hacerte una última pregun