Gabriel la miró a los ojos y con una leve sonrisa en los labios, dijo:
—Eres mi esposa, puedes hacer lo que quieras.
Desde aquel accidente de auto, Gabriel había estado aprovechándose de su supuesta amnesia para acercarse a Ana. La llamaba alternadamente "esposa" y "Ana". Hasta ahora, no había encontrado el momento adecuado para confesar la verdad... mejor esperar un poco más.
Ana se sintió desconcertada ante aquellas inesperadas palabras románticas. Un extraño calor recorrió su cuerpo y, nerviosa, desvió la mirada. Bajó un poco la ventanilla y dejó que el viento refrescara su rostro, ayudando a calmar los latidos de su corazón.
Gabriel no perdió detalle de su reacción. Una sonrisa de satisfacción cruzó fugazmente sus ojos, desapareciendo por completo cuando sus miradas volvieron a encontrarse.
Decidió no presionar demasiado y adoptó un tono más formal:
—Abrieron un nuevo restaurante a las afueras de la ciudad. ¿Vamos ahí para almorzar?
—Como quieras —respondió Ana.
El trayecto hasta e