Nora
Era una pena ver el jardín completamente descuidado y seco. Las altas hierbas cubrían el espacio donde en algún momento habían florecido preciosos rosales, y los setos, crecían salvajes.
El jardín trasero, donde se encontraba la piscina y una explanada, no había corrido mejor suerte.
Junté un montón de hierba y la coloqué dentro de una carretilla, para luego llevarlos hasta el contenedor de escombros que se encontraba cerca de la entrada de servicio de la mansión.
Ya casi era mediodía y el sol estaba alto. El intenso calor comenzaba a tornarse insoportable. Por lo que el sudor, hizo que el cabello se me pegase en las mejillas y la frente.
Me sequé unas cuantas gotas que corrían por mi rostro, con el dorso del brazo y me quité los guantes, cuando vi la camioneta de Ares, ingresando por el camino de grava.
León bajó de un salto del columpio del porche, y corrió hacia donde me encontraba al verlo llegar.
Me preocupaba, un poco, la extraña fascinación que tenía por Ares, tanto