4 ¡Endemoniadamente sexi!

— La dejaré para que descanse, pero recuerde estar lista temprano para la cena.

Luego de que la criada se fuera, Angelina se sintió terriblemente sola, pegó su espalda a la pared y se dejó deslizar por ella hasta el suelo mientras las lágrimas seguían saliendo sin control.

Se recostó sobre la alfombra sabiendo que la vida se le escapaba de las manos, su vida, sobre la cual pensó que tenía el control, ahora no le pertenecía, era de él, de Adriano Bonuchi, un tipo que ni siquiera le había mostrado su rostro.

Los golpes en la puerta la despertaron, cuando abrió los ojos había oscurecido.

— ¡Señorita, señorita! ¿No está usted lista? ¡Señorita, levántese, debe darse una ducha y vestirse! ¡Ya es hora! — La criada llegó como un tornado levantándola del suelo y empujándola a la ducha.

Fue la ducha más rápida de la historia, la mujer la apresuraba desde el otro lado y la envolvió con el paño al salir, aún le dolían mucho las manos.

— Es tarde, el jefe no estará nada feliz, ¡Vístase rápido, por favor! — empujándola hacia fuera a la habitación.

— ¿Sabes qué hora es? — Adriano apareció con actitud prepotente sentándose de brazos cruzados en una esquina de la cama.

Angelina se petrificó y se abrazó a sí misma. Estaba apenas cubierta con una toalla y se sintió totalmente expuesta.

— ¡Estás retrasada quince minutos Angelina! En mi casa se siguen mis reglas ¿Qué no te las dijeron? — Lanzándole una mirada asesina a la criada.

— Señor, yo le expliqué qué…

— ¡Sal de aquí! Esto es entre mi prometida y yo — Trató de controlarse para no sonar tan patán, pero no pudo.

La criada corrió asustada fuera de la habitación, dejando a la novicia sola y casi desnuda delante de su captor.

— Vamos abajo para la cena, ya estamos retrasados y tengo cosas importantes que hacer.

— Déjame sola para poder vestirme — Rogó temblando del miedo.

—¿Vestirte? — lanzándole una mirada de arriba abajo y deteniéndose en sus piernas desnudas. Sacudió su cabeza para apartar los malos pensamientos — Tuviste horas para hacerlo, ¡Ahora vendrás conmigo y aprenderás que aquí la ley soy yo!

Adriano la tomó de la mano y tiró de ella violentamente haciéndola tropezar, Angelina estuvo a punto de caer al suelo, pero mantuvo el equilibrio y siguió caminando a paso forzado tras el hombre que seguía arrastrándola por el pasillo hasta el borde de la escalera, mientras ella luchaba con la otra mano por mantenerse cubierta y evitar que la toalla se deslizara de su cuerpo dejándola totalmente desnuda.

— Te lo ruego, ¡Déjame vestirme por favor!

Él se detuvo cayendo en cuenta de que lo que estaba haciendo era estúpido. Solo lograría que lo odiara desde el principio.

Inspiró hondo y cerró los ojos por espacio de un par de segundos y aflojó el agarre.

— Está bien, que sea la única vez que me haces esperar Angelina, no suelo tener paciencia.

Angelina retrocedió sobre sus pasos y regresó a la habitación tan rápido como pudo. Se metió el vestido rojo sangre, se levantó el cabello en una coleta y se miró al espejo.

Se ajustaba perfectamente a su esbelta figura. Parecía otra persona.

Inspiró profundo.

— Creo que es hora, no hay nada más que hacer, enfrentaré a mi destino con la cara en alto — Se dijo mirando su reflejo en el espejo.

Se calzó las zapatillas de tacón alto y caminó hasta el pasillo haciendo maromas, hacía mucho que no usaba tacones, debió sujetarse con cuidado del barandal de la escalera para no caer por ella.

Cuando entró en el salón Adriano dejó caer su mandíbula.

Tenerla frente a él ataviada con ese sugerente vestido de noche rojo fuego que destacaba lo mejor de su figura le quitó el aliento.

El hombre tragó grueso sin apartar la vista de sus curvas completamente fascinado.

Angelina se sintió como si fuera un caramelo en un exhibidor a punto de ser devorado.

Un frío recorrió su nuca al sentir los ojos de todos en el salón, no solo era Adriano sino sus hombres quienes la desnudaban con la mirada. Adriano notó su incomodidad cuando se contrajo como si fuera una niña pequeña y ordenó a todos salir del lugar.

— Siéntate — él le dijo señalando la silla a su lado —Tenemos mucho de qué hablar.

Ella se acercó y Adriano acomodó la silla para que ella se sentara, Angelina hubiera jurado que una bestia como él nunca tendría un gesto cortés como ese, pero se sorprendió.

Durante un largo rato ella solo miró el plato sin probar bocado.

— Come, o se va a enfriar.

— No tengo hambre.

— No te pregunté si tenías hambre, te estoy diciendo que comas no voy a arriesgarme a que hagas ayuno o como sea que lo llamen y luego te enfermes, así que comerás todo lo que te pongan enfrente.

— ¿Incluso si no quiero?

— Especialmente si no quieres…

— Ya veo, como no puedes tener una mujer a tu lado, tienes que obligar a una monja hacer lo que tú quieras — Le dijo con tono suave y casi burlón.

Él inspiró profundo.

— ¿Estás tratando de provocarme Angelina?

Ella levantó la mirada altiva juntando toda la valentía que pudo para enfrentarlo, pero solo vio esos enormes ojos grises detrás del antifaz que le escaneaban con curiosidad.

— ¿Nunca te quitas esa cosa?

Él sonrió, y de nuevo esa m*****a sonrisa arrolladoramente sexi se dibujó en su rostro.

«¡Joder!», ella pensó, e inmediatamente se arrepintió.

Adriano estaba bastante complacido de que ella tuviera curiosidad por verle la cara.

— ¿Quieres ver mi rostro? ¿No te asusta si lo que encuentras debajo puede no gustarte? — Ahí estaba jugando con ella al gato y al ratón, no podía evitarlo, era su naturaleza.

Ella se rio sonoramente. ¡Qué ridículo! Como si su aspecto pudiera gustarle menos que su actitud, ¡Por la divina providencia!

— Veo que te divierte la conversación.

— No me divierte en lo absoluto, pero no creo que algo sea peor en ti que tu interior, obviamente estás dañado por dentro, crees que los demás te pertenecen.

— Muy observadora, pero tus análisis psicológicos no te valdrán de nada, eres mía Angelina — Haciendo énfasis en que era de su propiedad — He pagado una suma absolutamente ridícula por ti.

— ¿Pagaste una suma, dices? — ella dejó sus labios abiertos en expresión de asombro.

— He cubierto los costosos tratamientos de Beatrice, tu madre, desde hace cierto tiempo, y tu padre simplemente no puede pagarme, la suma es…

— ¡Ridícula!

— ¡Exacto! Y ahora querida mía hablaremos de los preparativos de la boda, no creas que soy un completo troglodita, te permitiré tres deseos para la ceremonia, ese será mi regalo de bodas, así que piensa muy bien lo que pedirás.

— ¡Oh, pero qué generoso! — Dijo con toda la ironía de la que fue capaz.

— Sí, y el tiempo comienza a correr ya, “tic, tac”, ¿Qué es lo que pedirás?

— Que mis padres estén presentes — Soltó casi sin pensar.

— Bien, deseo número uno concedido, ellos vendrán, faltan dos.

Angelina se limpió el sudor de las manos en la servilleta que tenía sobre las piernas tratando de controlar sus nervios, no sabía si la estaba tomando del pelo, pero y si no era así, no podía desperdiciar los otros dos deseos.

— Entonces, ¿Cuáles son los otros dos?

—vQuiero verte la cara, no me casaré con alguien a quien no he visto.

Él volvió a sonreír y ella apretó los puños bajo la mesa, sería difícil mantener la cordura y ser totalmente inmune a este tipo si seguía sonriendo de esa manera.

—No tocarás a mis padres, ni tampoco a sus bienes.

—Eso ya está implícito en el trato, aún te queda un deseo.

—Creo que necesito pensarlo, es el último.

—Como quieras, solo te advierto que no hay mucho tiempo, la ceremonia se celebrará esta misma semana.

Ella se heló por completo. Era demasiado pronto.

— Solo queda hacerte las advertencias de rigor.

Clavando de nueva su mirada acerada sobre ella, mientras esa sonrisa endemoniadamente sexi desaparecía de su rostro.

— La propiedad está completamente custodiada por guardias, no hay forma de que puedas huir, también tengo un excelente sistema de cámaras y como guinda del pastel ya conociste a mis mascotas — le advirtió, no quería que la destrozaran en un estúpido e infructuoso intento de fuga.

Ella se miró las manos vendadas y tragó grueso.

— Eso es todo, te llevaré a tu habitación.

Angelina no respondió nada.

Ambos subieron las escaleras uno al lado del otro, pero Angelina seguía trastabillando con las zapatillas altas y en un momento de descuido pisó mal torciéndose el pie y estando a punto de caer.

La chica lanzó una mano hacia el brazo de Adriano buscando un punto de apoyo, y él la sujetó justo antes de rodar por las escaleras.

— ¡Ay! — Ella se quejó llevándose la mano al tobillo.

— Será mejor que te lleve para evitar una contractura.

— No gracias, ¡Puedo caminar sola! — soltándose de su agarre, espantada de tener sus manos sobre ella.

Pero en cuanto hizo un pequeño intento se fue de bruces al suelo y de nuevo fue Adriano quien la sujetó.

— Ya me está comenzando a molestar tu testarudez — Dijo él mientras la levantaba en vilo sobre su hombro como si fuera un saco de patatas y terminaba de subir con ella a cuestas hasta la habitación.

— ¡Suéltame! ¡Te digo que me sueltes! — Luchardo por zafarse de sus fuertes brazos.

Angelina no dejó de protestar hasta que la dejó caer sobre la cama.

Él se inclinó y le quitó las zapatillas observando el tobillo lastimado.

— ¡No me toques, quita tus sucias manos de mí!

Él sonrió de nuevo. La fuerza con que ella se defendía no hacía más que encenderlo de deseo. Se contuvo.

«¡Carajo!», esa sonrisa derrumbaba todas las barreras que Angelina pudiera construir para mantenerse a salvo. Cerró los ojos para poner en orden su cabeza.

Adriano acortó la distancia entre los dos acercándose demasiado peligrosamente a su rostro, ella pudo respirar su mismo aliento y entró en pánico quedándose petrificada.

El llevó una mano hasta su cuello y la atrajo hacia él posando los labios sobre los suyos mientras Angelina cerraba las manos en un puño.

Las manos de Adriano recorrieron su espalda buscado la cremallera del vestido mientras ella se revolvía con desesperación empujándolo con fuerza.

— ¡Mi tercer deseo!

— ¿Ahora? ¿No dijiste que lo pensarías?

— ¡No quiero que me toques hasta estar casados!

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