Ahínco el pie en la tierra ya húmeda. Las gotas grandes de agua impactan contra nosotros en una leve caricia fuerte y acogedora. Golpeo con el codo el primer guardia que extiende sus dedos huesudos a mi cara. Por el rabillo del ojo capto cómo Tiger también acaba de apartar a uno con su brazo.
Sin embargo, esa pequeña distracción me hace comer tierra, en el sentido figurado. Jadeo. Estamos a tan solo dos metros del portón, el cual está siendo cuidado por dos intentos de gorilas.
A través de la lluvia alcanzo a oírlo.
—Bien hecho, atrapaste al indicado. —Arrugo el entrecejo. ¿Sabían que era yo?
Pero alto ahí, amigo. Me deshago del agarre y corro a nuestra salida. Extraigo la hoja, el chasquido alarma a uno de los gorilas que en paso firme se acerca en mi dirección. El rocío ha empañado mi máscara lo suficiente como para