Salgo casi corriendo del avión para incorporarme a la sala, camino con ansias y no me importa para nada las reñinas que Pierce me viene dando y mucho menos las del vigilante que me pide calma cuando paso a su lado.
¡¿Cómo podría estar calmada?!
Hemos aterrizado en Seúl, Corea del sur y lo único que quiero es tener a mi hijo en mis brazos y darle muchos besos. Lo he hecho de menos y eso que solo he estado lejos de él unas cuarenta y ocho horas.
—¡Nefertiti espérame! —escucho a Pierce.
Creo que él no ha dominado bien el idioma todavía, en vez de pedir permiso a veces pide otras cosas...