Asiento temblorosamente y él se ríe. Burlón, sexy, oscuro, lleno de promesas para lo que está por venir. Y necesito más, mi cuerpo lo suplica, justo al borde de alcanzar la dicha con la que su polla me tienta más, con cada golpe.
—Ruégalo, entonces—, exige con brusquedad. —Ruega por mi dedo en tu clítoris y tal vez te lo dé—.
Saca las bragas de mi boca y trabajo mi mandíbula durante unos segundos, tratando de aliviar el dolor.
—¡Dije rogar!— grita, golpeándose contra mí y quedándose allí.
Jadeo antes de respirar temblorosamente y tartamudear: —P-Por favor. Por favor, frota mi clítoris. Por favor—.
La última palabra sale en un gemido.
Su mano deja mi cadera y rápidamente agarra mi garganta, empujando hacia arriba, haciendo que mi espalda se arquee dolorosamente.
—Más fuerte. Ruéganme más fuerte.—
—Por favor—, grito. —Por favor hazlo—.
—Qué puta sucia. Rogando por el dedo de un extraño, por la polla de un extraño. Perra desagradable. Te daré mi dedo, luego te arrodillarás y me darás lo