—No puedo creer que mañana empiece el preescolar—, digo mientras miro a los niños correr de un lado a otro por la playa.
Shawn les trae el agua en un cubo. Mis hijos, Liam y Tristan, están sacando la arena para que Shawn eche el agua y haga una especie de zanja alrededor del castillo torcido que han construido. Y la hija de Kamila, Alicia, está, con astucia, sentada en la arena, indicándoles qué hacer. A Shawn se le cae el pelo en la cara por décima vez, y tiene que dejar de echar agua para apartarlo. Me hace reír que se niegue a cortarse el pelo hasta que Law y Sarah le permitan quedarse en casa sin ir a la escuela.
—Solo me rogó tres veces hoy que no tuviera que ir a la escuela—, suspira Sarah. —Así que supongo que eso es un avance respecto a las diez veces de ayer—.
—Me da pena—, dice Kamila. —Durante toda su vida solo se han conocido. Ahora tiene que ir a la escuela y juntarse con un montón de desconocidos. Deberíamos haberlo planeado mejor—.
Sarah se burla. —No lo planeo en absol