—Estás despedida!
Lo único que puedo hacer al escuchar el grito de mi jefe
es poner mis ojos en blanco. Que si, que he tirado el café
encima de un cliente, pero ha sido un accidente. Pero
despedirme por eso me parece demasiado.
George, mi jefe, es el hijo del dueño y lo único que hace
todo el día es poner nerviosos a los empleados. A las
mujeres más, con sus miradas lascivas y comentarios
inapropiados, a los hombres no tanto porque sólo hay uno
trabajando aquí y es amigo suyo. A mí me invito a salir
después de una semana de trabajo y no se tomó muy bien
el rechazo.
El tío no está mal, pero a mí me gustan altos y morenos y
él es el opuesto. Además de que tiene algo que te da
escalofríos.
Lo que pasa es que soy buena en mi trabajo, aunque solo
es el de camarera lo hago bien. Pero después de su
invitación a salir empezó a pedirme más. Antes tenía que
hacer el café, cobrar, reponer productos.