¡Greta, ya estoy aquí! — dije al abrir la puerta y entrar
al piso de mi amiga esperando encontrarla en el sofá viendola tele.— ¡Oh, Dios! —exclamé.En el sofá estaba, pero no viendo la tele. Se estabametiendo mano con un hombre. Greta. A los sesenta y algose estaba besando en el sofá como los adolescentes.Aunque lo puedo entender viendo al hombre, tendría más omenos la misma edad, pero bien llevados. Cabello canoso,una barba blanca cubría su cara y unos ojos negros hacíande él un hombre guapo.Él se levantó en cuanto me escucharon entrar mientrasGreta ruborizada arreglaba su ropa. ¡Oh, Dios! No necesitosaber eso, no necesito tenerlo grabado en mi mente para laeternidad.—Olivia, pensé que volvías el sábado —dijo Greta.Y yo pensé igual, pero Colin tenía una reunión el viernesque no podía perder y por eso volvimos el jueves por latarde. O sea, ahora. Me acompañó a mi piso, me besó h