DOS VECES

Las nueve menos cinco.

Miro la moderna fachada de mi anterior «hogar», bajo la vista hasta mi

reloj, y saco las llaves del bolso. Abro el portal y sigilosamente entro en el

ascensor hasta llegar a mi planta. Sí, ha llegado. El olor a su perfume caro me

envuelve y asquea a la misma vez, no soporto a esta mujer. Meto la llave en

el bombín y la giro, haciendo que la cerradura haga un leve chasquido al

abrirse.

Veo que está sentada en la mesa del salón comedor con las piernas

cruzadas. Lleva un traje chaqueta en un blanco impoluto, tamborilea la mesa

con sus perfectas y cuidadas uñas, no hay cosa que me dé más rabia que ese

gestito, no se molesta ni en mirarme, sabe de sobra que he llegado. No he

sido demasiado sigilosa que digamos, o mi antigua puerta no lo es, mejor

dicho.

—Siéntate —ordena.

Mal empezamos, y eso que acabo de llegar.

—En todo caso, será siéntate, por favor.

Me observa de reojo y una sonrisa
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