Capítulo ciento veintiocho. Las voces que eligen quedarse
— — — — Narra Amy Carlson — — — —
Esa noche, dormí en nuestra cama.
Después de tantos días entre sábanas de hospital, máquinas, luces frías y puertas que se abrían sin aviso, estar de vuelta en casa se sentía como un milagro. Aunque seguíamos con vigilancia, cerraduras nuevas y cámaras en cada rincón, nuestro hogar seguía oliendo a nosotros. A pan tostado, a libros viejos y a ropa recién lavada.
Brad me ayudó a recostarme, puso almohadas donde ya sabía que las necesitaba y me trajo una taza de té tibio que no llegué a terminar. Se metió en la cama con cuidado, como si también le costara aterrizar después de la tormenta.
—¿Podemos hablar un poquito antes de dormir? —le pregunté en voz baja.
Él asintió, girando hacia mí.
—¿Sobre qué?
—Sobre ese mensaje. El que recibí en el hospital.
Brad frunció los labios, pero no protestó.
—Dijiste que era probable que fuera él. El mellizo. ¿Qué pasa si lo es, Brad? ¿Qué significa eso para noso