Capítulo ciento veinte. Algo se rompió
— — — — Narra Amy Carlson — — — —
No había podido dormir.
No solo por los bebés que se movían sin parar, como si también sintieran que el mundo afuera estaba desajustado, sino porque en mi pecho algo latía con una urgencia distinta. Una sospecha. Un miedo. Un presentimiento.
El jefe de seguridad había dejado más personal vigilando la casa. Sabía que estaban allí, patrullando en silencio, atentos. Pero eso no bastaba. Porque el verdadero asedio no era externo.
Era interno.
Caminé por la casa en penumbras, como si buscara respuestas entre las sombras. Me detuve frente al espejo del pasillo. Mi reflejo parecía cansado, borroso, más viejo. Y sin embargo, mis ojos tenían esa chispa que solo da la furia cuando se mezcla con el amor.
—No me vas a quebrar —le dije al aire. No sé si a él. No sé si a mí misma.
Volví a la habitación. Me recosté con dificultad, acomodando las almohadas como si fueran murallas. Cerré los ojos.
Y entonces lo vi.
No estaba soña