Capítulo ciento diecisiete. Bajo llave
— — — — Narra Amy Carlson — — — —
No dejaba de mirar la puerta.
Cada sonido, cada sombra fuera de lugar, hacía que mi cuerpo se tensara como una cuerda al borde de romperse. Sentía los movimientos de los bebés como una oleada que se desataba cada vez que me agitaba. Y yo estaba más que agitada. Estaba aterrada.
Brad me pidió que me quedara aquí. Que no me moviera. Que no volviera.
Y yo… obedecí. Por ellos.
Pero no sabía cuánto más iba a poder soportarlo.
El jefe de seguridad de Brad llegó veinte minutos después de mi llamada. Lo hizo con un equipo táctico reducido, sin hacer ruido, sin levantar sospechas. Dos se quedaron afuera. Uno revisó toda la casa. Él entró directo a la sala de estar, me miró a los ojos y lo supe: había entendido todo sin necesidad de palabras.
—Entró —le dije.
—Lo sé —respondió—. Y no lo hizo solo. Alguien más ayudó. Desde adentro o desde hace mucho tiempo.
Me costaba respirar.
—¿Crees que volverá?
—No. No enseguida. Él no