Capítulo ciento dieciséis. Archivo confidencial
— — — — Narra Brad Lancaster — — — —
Todavía tenía el sobre en la mano.
La ecografía temblaba entre mis dedos, y no por el frío. Estaba empapado de sudor. De rabia. De impotencia.
Leí una vez más lo que ponía el reporte médico.
Feto B: observación restringida.
Aislamiento clínico.
Archivo confidencial.
Tuve que sentarme en el borde del banco de piedra junto al jardín. La Glock aún colgaba de mi mano derecha. Mis nudillos estaban blancos de la tensión. El gas se había disipado, pero el olor seguía ahí. Ácido. Químico. Como si el aire hubiera cambiado de forma.
Y lo había hecho.
Ese hombre — ese reflejo roto — no había venido a matarme. Al menos no todavía. Había venido a plantar una semilla. A romper algo desde dentro. A darme una muerte lenta y dolorosa para castigarme por algo en lo que no tuve implicación alguna.
Lo había logrado.
Ya no estaba seguro de nada. Ni de Antonella. Ni de Arthur. Ni de mí mismo. ¿Cuántas mentiras habían soste