La noche no pasó a mayores, me fui a dormir justo después de que Blanche llegara y nos encontrara en la biblioteca, quizá fue una cara de alivio o de contrariedad, no supe distinguirla, pero lo que sí hizo fue mandarme a dormir.
Esa noche dormí largo y tendido.
Soñé, esta vez lo hice.
Soñé con mis pies a orillas del mar, mis dedos enterrándose en la arena blanca, la espuma tocándome los tobillos. Mientras miraba a lo lejos el amanecer y una voz masculina que me llamaba, me atraía, me abrazaba.
Dormí hasta tarde, quizá hasta medio día, con el sol a su punto, los restos de la tormenta de anoche estaban pintados aún entre la hierba y el aire; había nubes esponjosas y blancas, dignas después de la lluvia.
Bajé a tomar el desayuno o la comida.
Blanche terminó por hacerme un contundente sándwich de lechuga y tomatillos con queso, además de una limonada.
—¿Qué harás hoy? —preguntó Blanche mirándome fijamente, como lo hacía cuando sospechaba mis planes.
Pero en realidad no tenía ninguno.
—Hum