La habitación blanca era un refugio de simplicidad, bañada por la luz matutina que se filtraba a través de las amplias ventanas. Sin embargo, para Evans, el ambiente sereno contrastaba con la tormenta que rugía en su interior mientras vigilaba el cuerpo inmóvil de su hermano menor. Rasen llevaba días sumido en un trance, y aunque su pecho subía y bajaba lentamente, parecía más un espectro que un hombre vivo.
Evans, sentado al borde de la cama, reflexionaba en silencio. Las palabras de Lionel resonaban en su mente como un eco persistente:
“Eres un ingrato, Evans. Sin Rasen, habrías muerto.”
Afuera, Cristal manejaba la situación con su acostumbrada eficiencia, quemando periódicos que acusaban a Evans de traidor y tratando de protegerlo de la condena pública. Aunque Evans fingía no saberlo, sentía el peso de la deuda hacia ella y su hermano.
Cuando Rasen finalmente despertó, sus ojos brillaron con una intensidad renovada.
—¿Dónde está ella? —preguntó con voz áspera.
Evans, creyendo enten