Camille
Cuando veo entrar a Don Xavier, no puedo evitar sentir que muero de la vergüenza de solo imaginar que nos hubiese visto uno encima del otro. Me pongo de pie y le doy un fuerte abrazo.
—¡Don Xavier! ¿Cómo ha estado? Lo he extrañado mucho.
—Muy bien, mi peque —responde, devolviéndome el abrazo junto con una enorme sonrisa—. ¿Qué haces aquí? ¿No me digas que por fin este cabeza dura te convenció de regresar? —me cuestiona, lanzándole una mirada fulminante a su nieto y ante lo cual no puedo evitar reír.
—No, Don Xavier. Lo mejor es que no regrese a trabajar aquí. Como le comentaba a su nieto, solo podré apoyarlos con un vestido por temporada en caso de que lo deseen.
En cuanto le digo esto, puedo ver la decepción escrita en su rostro, pero no quiero trabajar bajo las órdenes de Leonardo. Después de todo lo que ha sucedido entre nosotros, no me sentiría cómoda.
—¿Y si te ofrecemos aún más beneficios de los que ya gozabas? —me cuestiona esperanzado, provocando que me siento un tanto