Maya
Cuando bajé al salón, me encontré a Josean, quien rondaba observando lo que había en la mansión de Valentino.
—Buenos días —saludé sin muchas ganas, pero con educación.
—Ah, buenos días, cuñadita. Vaya, son más de las nueve y hasta ahora despiertas.
La miré negando con una sonrisa en los labios.
—Querida, puedo levantarme a la hora que yo desee; soy la prometida del dueño de esta mansión —declaré acercándome a ella. Sus ojos azules me miraban fijamente.
—Uhm, pero me imagino que eso no te da derecho a sentirte dueña —Solté una risa que evidentemente la molestó—. ¿Qué te resulta tan gracioso?
—Tu molestia. ¿No será que te gusta tu primo, o sea, mi hombre? Te recuerdo que él es mi compañero destinado.
—Estás loca. ¿De qué hablas?
—De lo que yo veo. ¿Estás celosa o es envidia?
—No es eso. Jamás pensamos que un Alfa estuviera con cualquier mujer —rió sarcástica por su comentario.
—¿Qué tipo de mujer crees que soy? —gruñí molesta, encarando a Josean.
La rubia se alejó nerviosa, segura