Rous se sentía invadida, como si su piel ya no le perteneciera. Sabía, con esa certeza de las que duele, que aquella reunión no era más que un juego de placer para David. Él buscaba dominio, no compañía. Pero dentro de ella ardía algo más complejo: el deseo desesperado de ser alguien más, de dejar de ser una sombra, de convertirse en una mujer a la que el mundo tuviera que admirar con respeto.
Era una mezcla de ambición, miedo y un extraño fuego interior que la consumía por dentro.
Momentos antes y tras observar en el lavabo una capsula roja, la había digerido antes de entrar al jacuzzi y comenzaba a hacer efecto; su cuerpo temblaba entre el éxtasis y el delirio. Entre la excitación y el dolor.
El agua tibia amplificaba cada roce, cada presión de los dedos de David, que la sostenían con fuerza, como si intentara moldearla a su voluntad. Aun así, en medio de esa tormenta de sensaciones, un nombre se abría paso en su mente: ¡Caleb!
Pensar en él era una grieta, un respiro dentro del enci