El sonido de las tazas, el murmullo de la tarde y el fuerte aroma del café recién molido se mezclaban en un cuadro perfecto, casi demasiado sereno para lo que ambos llevaban dentro.
Rous eligió una mesa junto a la ventana, donde la luz gris se deslizaba en líneas sobre su rostro, y Milán la siguió, todavía incrédulo de lo que estaba ocurriendo.
Ella sonrió tras observarlo dudar. —¡No muerdo, Milán! —dijo, acomodándose el cabello detrás de la oreja—. Solo pensé que sería incómodo tomar café sola mientras tú esperas por ahí en esta tarde lluviosa.
—¡Lo incómodo! —respondió él, sentándose frente a ella—, Sería fingir que esto no está pasando. Mi deber es solo llevarla a donde usted lo indique y luego continuar con mi trabajo habitual.
Hubo un silencio. Uno de esos que no incomodan, sino que pesan. Milán la observó en silencio, con esa mezcla de deseo y ternura que solo un amor imposible puede provocar. El temblor en sus manos era casi imperceptible, pero su mirada… su mirada gritaba lo q