Natalie:
No estoy loca. No, no puede ser. Me repito esas palabras en la mente, como si al aferrarme a ellas pudiera anclarme a la realidad, pero todo a mi alrededor se desdibuja en un torbellino de incredulidad y asombro. ¿Estoy soñando? ¿Estoy delirando? Los ojos de Malakai centellean como dos lunas llenas, dorados y sobrehumanos, y aunque su mirada me causa un escalofrío que recorren mi espina, no siento miedo ante él, sino un refugio extraño, casi familiar, como que su mirada me jurará que me cuidará, y me protegerá de todo, es reconfortante y perturbador a la vez.
Siento que la cordura me abandona a zancadas, porque acabo de llamar a un lobo James sin pensarlo dos veces. ¿Por qué lo hice? Hay algo en la forma en que ese lobo herido me mira, un reconocimiento visceral, una pena hondísima que me resulta imposible de ignorar, porque esos ojos... Ya los he visto antes, pero no en una bestia, sino en el vaquero callado que se mueve por el rancho como si siempre llevara el peso del mund