—Cada vez que me veo en el espejo… no puedo verme. Lo rompí, con furia. Ese cristal se negó a mostrarme mi alma. Esta alma que nunca ha dejado de clamar por ti. Y ahora está rota… ¡rota y expuesta! Si realmente soy un ser oscuro, un demonio enfrentado al mundo humano… dime entonces: ¿cómo es posible que te ame… si ya no tengo alma?
No me aparté. No podía. Su necesidad me alcanzaba, me atravesaba. Y en su tormento también habitaba mi propia agonía. Aunque él lo negara, algo profundo nos unía… algo que aún no comprendía y que él se negaba a confesar.
—Todo a su tiempo —susurró, como si pudiera leer mis pensamientos. Se alejó y retomó su relato con un deje de resignación.
—Victoria, no sé si pueda cumplir tu deseo de bajar mis armas. —Una sonrisa irónica curvó sus labios—. Qué ironía, ¿no crees? No quería vivir… y estoy condenado a la inmortalidad. Pero ya no queda nada en mí… salvo el deseo de matar.
—¡Cállate! ¡No quiero escuchar más de esos deseos oscuros! ¡No quiero ser parte de esto