Capítulo 2

Hoy se cumple nuestro sexto mes de aniversario.

En 24 años y 8 meses de vida, jamás toqué un cigarro. Mi mamá siempre recalcó la asquerosidad de esta adicción y su profundo odió a ella.

Todo debido a la muerte de mi abuelo por culpa de un grave cáncer pulmonar, algo que se debía ver venir desde que ese hombre fumó su primer cigarro a los 16 y desde ahí, en sus gastos fijos y listas de mercados, siempre encontraban una cajetilla de cigarros diaria.

Si murió a los 56, serían 16.790 cajetillas.

No creo llegar a romper ese récord familiar, apenas y llevo unas 150 cajetillas.

No, esperen.

151 cajetillas.

—Las mujeres que fuman se ven horribles.

—Los hombres infieles también se ven horribles. —Contraataque, tirando la caja vacía a la basura y mirando con preocupación la hora.

Las 8 en punto de la noche. ¿A dónde va este?

Quizás a encontrarse con su amante.

La bonita dama de vestido rojo en la boda, no recuerdo su cara, a decir verdad apenas recuerdo la mía, llevo meses sin verme en un espejo.

Aún así dudo de verme peor que Dylan, quien siempre tiene los ojos rojos cuando está cerca de mi. Su alergia al cigarro es algo que conozco desde que íbamos al instituto, muchas de esas veces siempre tiene que tomar pastillas para relajar los malestares.

Ahora la casa es una farmacia de esquina a esquina.

A sus ojos rojos también los acompaña una nariz roja, solo faltan unos pequeños cuernos para que sea el perfecto ayudante de Santa Claus.

—¿Sigues insistiendo en lo mismo?

—No entiendo por qué te molestas en ocultarlo, desde el primer día dejaste en claro que tus ojos siempre permanecían fijos en una mujer con vestido rojo.

—Esas putas drogas… te tienen la cabeza loca.

—No, no es la droga. Es cada día de matrimonio contigo, hijo de puta. —No me trague en sus palabras, mucho menos trague mis risas al ver la impresión en el rostro de Dylan.

No, ya va.

Es una secuencia.

Primero es la sorpresa.

Después la indignación.

Y oh… ¿Pueden adivinar el último?

¡Exacto!

Furia.

—Eres una hija de puta. —Se fue de la casa estampando la puerta, solo me quedo reír cuando me di cuenta que dejó las llaves del auto sobre la mesa.

Claro que me reí aún más cuando volvió como un niño haciendo rabieta, pisoteando sus zapatos contra el suelo y tomando la llave de forma escandalosa, como si buscará captar mi atención.

No le di ni un poquito, le di tan poca atención que en el momento que me reí por verlo tropezar, fue cuando desapareció de mi mirada.

Que hombre tan bruto.

No sabe la suerte que tiene en verdad, no me trataría así si recordara que gracias a mi no está en prisión.

¿Que pasó por mi mente cuando le pedí a papá que no lo mandara a prisión?

Solo estupidez, una pizca de compasión.

Una esperanza de que cambie.

Solo fui una mujer enamorada de nuevo, hasta que él mismo me hizo recordar de nuevo por que no vale la pena como hombre.

Y después de ello pasé seis meses de mi vida jodiendo la suya fumando tanto como aguanten mis pulmones.

Tomé mi teléfono, dispuesta a buscar algo nuevo que hacer con mi vida mientras cargo los cuernos más grandes de todo el continente.

Hasta que una notificación de mensaje me distrajo.

Un desconocido me escribió, como una aventura desbloqueada del día toque el mensaje, admirando el contenido del chat.

Un número empresarial, lo noté cuando apareció el nombre de la empresa en vez del número, ya que no los tengo agregado.

—“TV’s Latte”... Oh, los conozco. —Sonreí, como no conocer a la competencia del papá de mi esposo.

El mensaje fue mi siguiente objetivo, solo un buenos días acompañado de una pregunta, cuestionando que tanta disponibilidad de tiempo libre poseo.

A ver… soy una mujer super ocupada, aún no termino mi serie favorita de 11 temporadas, solo voy por la tercera.

Uf… me tendré que negar.

Bromita.

—“Mucho tiempo libre.” —dicte en voz alta mí respuesta, enviando la respuesta y admirando como en cuestión de segundos otro mensaje llegó a mi dispositivo. —”La espero en el café de la calle 81”

Vaya invitación más interesante.

¿Siquiera sabrá la competencia que hablan conmigo? ¿O se habrán confundido de número?

No lo puedo saber con certeza.

Lo único que sé.

Es que mi cuerpo abandonó ese cómodo sillón para ir corriendo al baño, tomando una gran ducha después de pasar días sin bañarme.

Bendita mugre, cuando su existencia se extinguió, un nuevo color de piel se apoderó de mi cuerpo. Innegable lo renovada que me siento, todos esos años de vida que me quitó el matrimonio, los recupere con solo un baño.

Ojalá ese truco siga funcionando cuando tenga 90.

Si es que llegó a esa edad.

Una gran cantidad de ropa se mostraba frente a mi, busque algo que combine con mi cabello negro azulado.

Si, un vestido negro.

El escote era recatado al frente, pero pronunciado en la parte de la espalda. Ese corte de un solo hombro es encantador y me resulta sexy.

Me coloque tacones bajos, con tal de no aportar una cantidad de elegancia innecesaria, es solo un café. Aún así me preocupa, ya que el apellido Castillo por parte de mi familia aún reluce, no debo avergonzar mi apellido luciendo fatal.

Arregle mi cabello y maquille un poco mi rostro, lo más natural posible para no luchar quitando el maquillaje antes de dormir.

Claramente tome un abrigo, casual y en caso de que me llegue a dar frío se convertirá en un excelente salvavidas.

No tome una cartera, mucho menos mi teléfono.

Solo la tarjeta y mi documento de identidad, eso bastó y con eso mismo salí de la casa, dispuesta a encontrarme con ese o esos desconocidos.

Mi mano se alzó apenas puse la orilla de la acera, una luz incandescente daba de lleno en mi rostro y solo se fue apaciguado cuando estaciono un poco después a donde yo estaba

—Por favor, quisiera que me llevara hacia el café de la calle 81. —El taxi asintió y arrancó el automóvil, agradecí la suerte de encontrar uno tan pronto salí de casa y poder admirar las vistas que proporcionaba la ventana a las hermosas calles de la ciudad, los primeros momentos de paz sin necesidad de estar en compañía de un cigarrillo en manos.

Eso es maravilloso, en serio, una completa maravilla.

Un gozo que disfruté cada segundo que duró, con la brisa de la ventana baja dando en mi rostro y con pequeñas gotas de agua golpeando en mi piel, una advertencia de que las lluvias se aproximan.

Supongo que la suerte acabó al conseguir un taxi rápido. Por cierto, hablando de rapidez, la dichosa cafetería ya se muestra al frente de mi, fresca y de colores café como toda cafetería común, con la única diferencia de que es de las pocas que sigue abierta a pesar de la hora.

Pague al taxista y proporcione una generosa propina después de que el hombre se tome la molestia de bajar y abrirme la puerta, bastante encantador a decir verdad.

¿Qué te cuesta, Dylan?

Quizás se le caen las manos si me hace tan gesto de caballerosidad.

—Buenas noches. —Salude a la amarga mujer de la entrada, le debe preocupar que siga llegando personas a pesar de faltar tan solo una hora para que cierren.

Espero no tardar mucho, no deseo ser una molestia para estos cansados empleados.

—Buenas noches, pase antes de que se moje, señorita.

—Muchas gracias. —Pase a la cafetería, casi vacía debido a la hora.

Solo unas tres mesas cuentan con personas, una de ellas repleta de una familia feliz, ojalá algo los eliminé de mi vista porque me llenan de envidia.

Otra mesa es de una pareja bastante cariñosa, se abrazan y reparten besos sin vergüenza, acompañados de las risas de los niños de la otra mesa, claro, en su inocencia ver esas cosas siempre va a ser un tema de risa.

Pero poco se habla de cómo la vida me patea el culo. ¿Cual es la necesidad de restregar dos veces en mi cara que mi familia no es justo como lo imaginé?

La odio.

Y por último…

—Buenas noches, Señorita Catherine Monteros. Me disculpa la hora. ¿No le gustaría tomar asiento y charlar un rato?

Un hombre me saludó, su perfume cali en mis fosas nasales que me tomé dos segundos solo para inspirar su olor, después de ello, volví en si, no lo mire, no me moví, tan siquiera antes de hacer algo, solo respondí de forma automática.

—Catherine Castillo. —Mi rostro se volteó con tal de conocer al desconocido de esta gran aventura, admirando a mi anfitrión de esta ocasión con una palpitante curiosidad que se transformó en pura y gran sorpresa.

Un hombre que no espere ver esta noche ni nunca, inesperado con todas sus letras bien puestas y en fila.

El maldito dueño de TV’s Latte.

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