Dylan Montero y Diana Han entraron a escena.

Fue gracioso verlas, parecían una perfecta pareja casada. Lo más seguro ninguno de ellos estaba enterado aún de la noticia y por ello, su tan alegre día.

El mío se arruinó en su mayoría, después de todo a tan solo unos cuantos metros de mí, se encuentra el mismo hombre que conspiró para asesinarme no una, sino dos veces.

Se le ve bien, no parece afectarle que el canal de noticias de los Monteros haya perdido audiencia ahora que la gente no ve credibilidad en ellos, supongo que aún debe producir el dinero suficiente como para que el viva bien junto a su amante.

O quizás heredó algún otro negocio familiar, no lo sé.

¿O habrá vendido mis joyas?

Es muy difícil saberlo.

Oh no, esperen.

No vendió las joyas, esa perra las carga puestas.

Si, tiene encima mis joyas.

Esas que me regaló papá de chiquita, las que compraba yo misma.

Habría dolido menos que las tirara.

Pero se las regalo a la ridícula de su amante.

—Catherine, vámonos de aqu