Capítulo 2
A primera hora de la mañana siguiente, yo ya estaba abajo esperando el espectáculo, y cuando Adrián se acercó con Sara, se sobresaltó y le devolvió enseguida el vaso de café que tenía en la mano: —Elena... ¿qué haces aquí? ¿No trabajas hoy?

Le devolví una sonrisa superficial: —¿Qué, no sabías que mi colegio estaba cerca de tu oficina?

—¿O nunca se te ocurrió llevarme de paso al trabajo?

Adrián abrió la boca, estupefacto. Por su parte, Sara que había estado sonriendo alegremente, en ese momento, también se quedó tensa, con un tono dulce fingido dijo: —¿Esta es...? ¿La mujer de Adri? Qué guapa, no como yo, que no sé ni arreglarme.

No tuve mucha relación con Sara en mi vida anterior, y en esta me di cuenta de lo hipócrita que era.

Le lancé una leve mirada: —Ser guapa no sirve de nada, hay gente en este mundo que se inclinan por las feas.

Adrián notó que escondía algo en mis palabras y bajó la voz para explicarme: —Ella es la nueva compañera que te decía, se llama Sara Hernández, y vive en el edificio de al lado...

Como no quería oírlo, abrí la puerta trasera y entré.

Sara se paró en la puerta del coche, sin saber cómo actuar, expresó: —Adrián, esto...

Adrián le dio una palmada en el hombro y le abrió la puerta del copiloto con mucha consideración: —Sara, vamos, Elena te dejó el asiento del copiloto a propósito, para que estés más cómoda.

Cerré los ojos para fingir sueño, Sara, la hipócrita, no dijo nada, la atmósfera en el coche fue momentáneamente un poco sofocante, así que hablé deliberadamente: —¿Estás cómoda?

Sara se congeló un momento y respondió: —¿Cómo dices?

Y continué: —De ahora en adelante vas a sentarte todos los días en este coche, y si no estás cómoda es mejor que le digas a tu Adri que te consiga uno mejor.

La cara de Sara enrojeció al instante y Adrián se apresuró a hablar por ella: —Elena, no sueltes insinuaciones, Sara es una chica simple, no va a captar lo que dices.

Hice una mueca de burla y apreté disimuladamente la minicámara preparada detrás del asiento delantero del coche. —¿En serio? Entonces me quedo tranquila.

Cuando llegamos a la entrada del colegio, Adrián, por primera vez en tanto tiempo, me abrió la puerta, y nada más bajar del coche me interrogó con cara hosca: —Elena, ¿qué demonios estás haciendo?

—Solo la llevo de paso, ¿hay necesidad de decir esas cosas?

Casi me partía de risa.

—Yo solo quiero molestarlos un poco, ¡me hace feliz verles así!

Había pensado que esto sería el final del asunto, pero no esperaba que mi celular fuera bombardeado con mensajes a primera hora de la mañana siguiente.

No sabía lo que había pasado, así que abrí el WhatsApp para encontrarme con amigos y colegas mencionándome: “Elena, ¿esta es la chica nueva de la empresa de Adrián que dijiste? Yo creo que es ella”.

Hice clic en la captura de pantalla que mi amiga me había compartido, era una publicación de de las redes sociales de Sara.

En la foto, Sara salía con lágrimas, y el texto decía: “Es la primera vez que me encuentro con algo así, la verdad es que no sé qué hacer, solo me quería acoplar en el coche, no esperaba que...”.

Al parecer exageró lo que pasó en el coche y lo publicó.

Busqué su cuenta y entré a ver los comentarios. Efectivamente, la mayoría de ellos me criticaban:

“Si viven en la misma comunidad y trabajan en la misma empresa, no entiendo por qué está tan reacia a llevarla”.

“Tu compañero de trabajo es muy bueno, pero ¡su mujer es una celosa, ten cuidado con ella!”.

“¡Eres tan guapa! ¡Es un peligro que vuelvas a casa sola! Es que de veerdad, ¿acaso las mujeres no pueden mostrar más simpatía por su género?”.

Casi me reí a carcajadas de tantos comentarios defendiéndola y le contesté anónimamente: “En tu perfil pone que eres de Jerumar también, si tan simpática eres, que tu marido la lleve de paso”.

No tardó en responderme alguien: “¿Quién eres tú? ¿Por qué debería llevarla mi marido? ¡Para algo es marido y no su marido!”.

Los internautas de hoy en día se aplicaban un criterio para sí y otro para la gente, y como resultado, no tenía coherencia lo que decían.

Estaba en mitad de responder cuando Adrián volvió, entonces levanté la vista para ver la hora, eran pasadas las 10 de la noche.

Primero echó un vistazo a la mesa y luego me vio acurrucada en el sofá, estaba un poco molesto: —Elena, ¿por qué no me has dejado la cena esta noche?

No levanté la vista: —Pensaba que ya estarías muy lleno.

Su ceño se frunció, y dijo, palabra por palabra: —He trabajado horas extras hasta ahora, ¿y así es como me tratas?
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