Capítulo 3
En la vida anterior, hice todo lo que me pidió y viví como una sirvienta en la casa, pero ya las cosas cambiaron.

Encogí los hombros: —¿Horas extras? ¿Haces horas extras en la calle de comidas callejeras?

Sus ojos mostraron pánico por un momento: —¿De qué estás hablando?

Saqué mi celular y le enseñé la aplicación que tenía vinculado al coche: —De verdad te olvidaste de que el coche es mío, ¿cómo no voy a saber donde estuvo el coche?

—Acabo de verlo desde el balcón, volviste con Sara, ¿no?

Se tiró de la corbata: —Estábamos cansados de trabajar hasta tarde, ¿qué hay de malo en ir a comer algo juntos?

No pude evitar burlarme de su ridícula disimulación: —Pues que Sara te haga la cena, ella parece tener mucho interés en ser esposa.

—Y en el futuro, no seas tan tonto de dejarme envidencias de lo que estás haciendo a mis espaldas.

Entró en pánico, y yo estaba satisfecha con ese efecto.

Adrián era muy bueno mintiendo, y a mí me engañó en la vida anterior.

—No creo que haya hecho nada incorrecto con picar algo con una compañera de trabajo después de salir de horas extras. Así que no me montes una escena con eso. —Seguía con que él tenía razón, pero su tono era notablemente más suave.

No me molesté en verlo actuar, apagué el celular y me dirigí directamente al dormitorio.

Al pasar junto a él, me detuve deliberadamente y giré la cabeza: —Por cierto, te he trasladado todas tus cosas al otro dormitorio, duermes allí a partir de ahora.

Adrián me miró incrédulo y corrió a ese dormitorio que decía para comprobar la certeza de mis palabras, luego dijo: —¡Elena! ¿Estás loca?

Regresó a mí, me agarró por la muñeca y gruñó por lo bajo entre dientes apretados: —¡No juegues con mi paciencia!

Me reí fríamente, me deshice de su mano y, seguido, le di una bofetada.

Adrián se quedó boquiabierto, con los ojos llenos de asombro y rabia.

Retiré lentamente la mano, con tono frío solté: —Adrián, ¡lo mismo te digo! ¡Y ya agotaste mi paciencia! ¡Así que te aconsejo que no vuelvas a provocarme!

Tras unos instantes de pasmo, Adrián se mofó de repente, con un tono cargado de sarcasmo: —¡Elena, mírate, pareces toda una amargada!

Respiré hondo, intenté reprimir la rabia y la tristeza que llevaba dentro y dije, palabra por palabra: —Tienes razón, y no debería perder el tiempo con un bastardo como tú, ¡divorciémonos!

—¿Divorcio? —Como si hubiera oído algún chiste, su tono estaba lleno de desdén: —Elena, ¿lo pensaste bien? Tú no ganas nada con el divorcio. ¿Crees que podrás encontrar un hombre mejor que yo si te divorcias?

Le miré fríamente, y con burla pronuncié: —Adrián, ¿acaso no te miras en el espejo? Que te quede claro que aunque no quedaran más hombres en el mundo, ¡tampoco pondría un ojo más en ti!

Cerré la puerta tras de mí con un portazo, dejando fuera la cara hipócrita de Adrián.

Durante siete años, estuve como una tonta, cuidando a él y a nuestra casa como una sirvienta, pero al final, lo que me llevé fue su comentario de que vivía como una amargada.

Lo de llevarla al trabajo solo era una excusa, seguro que tenían ya algo desde hace tiempo.

Durante los días siguientes, como si me hubiera tomado algún potenciador, reuní frenéticamente pruebas de la infidelidad de Adrián con Sara.

Esa noche era el cumpleaños de Sara, yo estaba en el salón vacío, mirando la luna brillante por la ventana, pero sentía un inmenso frío en el corazón.

En la vida anterior, Adrián aún me decía su excusa: —El marido de Sara se fue ayer en otro viaje de negocios, y me da pena que esté sola en su cumpleaños, después de todo, soy su colega de trabajo. Creo que es lógico que le compre una tarta.

No obstante, en esta vida, salió corriendo por la puerta sin dar siquiera una explicación.

La brillante luz de la pantalla de mi celular reflejaba mi cara de perdedora, e iluminaba la notificación de una publicación reciente de Sara.

En la foto, el collar de diamantes brillaba heladamente a la luz, y los dedos de Sara lo acariciaban suavemente, con una sonrisa de suficiencia.

Y ese anillo en su dedo anular, ya lo había visto cuando llevé las cosas de Adrián al otro dormitorio.

La foto iba acompañado del texto: “Cariño, tengamos una vida feliz juntos”.

Qué irónico que Sara manipulara a dos hombres con una sola frase.

Era tarde y sabía que Adrián no iba a volver.

Así que abrí el grupo de propietarios, edité un mensaje, adjunté un vídeo y le di a enviar.

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