Hunter
Catorce días, siete horas y veinte minutos desde que no para de sentir ese dolor en mi pecho. La rabia no me dejaba dormir, la furia era mi acompañante en las veinticuatro horas del día y las ganas de ponerle las manos encima era mi motivación cada día.
Laila, mi mate, la mujer destinada a mí me había traicionado y de la peor manera. La odia joder la odio por hacerme sentir tanto dolor y hacerle creer a mi lobo que ya nada tiene sentido.
Quería asesinarla, quería asesinar al imbécil que se atrevió a ponerle las manos encima. Ella es mía y yo soy el único que tiene derecho de ponerle las manos encima.
—Hunter, tu mano— la voz de mamá me hace mirar al lugar mencionado, el tenedor me ha cortado y la sangre derramada cae sobre la mesa.
Me levanto tenso ante la mirada de los alfas. Maldita convención, me habían privado de poder ir al reino y verle la cara, por más que la odie necesitaba una explicación del porqué lo hizo.
Me había dicho que la esperara, entonces ¿por qué me engaño?