Exclamé con sorpresa: —… ¡Madre!
En ese momento, Sofía también insultó: —¡Ella está fingiendo la muerte! ¡Tan vieja y no se muere! ¡Se lo merece!
Entonces, me lancé de rodillas y me arrastré hacia ella, levantando a la anciana en mis brazos y meciéndola: —Madre… despierta, ¡no me asustes! Madre...
Pero no importaba cuánto la llamara, no abrió los ojos. Grité a las personas en la habitación: —¡Llamen a una ambulancia! Rápido…
—¡Madre… despierta! No me asustes! Te llevaré al hospital...
Estaba muy ansiosa, no me atrevía a imaginar, ¿se iría así? Extendí la mano y probé, su aliento era muy débil.
La escena dejó a Hernán atónito, parado allí sin reacción, mirando fijamente a su madre en el suelo sin expresión alguna.
Mientras tanto, yo sostenía a la anciana, con sangre aún fluyendo de mi frente, en un estado lamentable, pero ya no me importaba tanto.
Busqué mi bolso por todas partes, y el cuidador, asustado y desconcertado, finalmente reaccionó y me ayudó a sostener a la anciana.
Finalment