Yo no puedo (II)

Después de una hora de música, la banda finalmente se despidió del público. Me quedé allí, de pie, entre la gente, esperando a que bajara Charles. Y ni siquiera estaba seguro de lo que le diría.

Vi a las mujeres rodearlo, pidiéndole fotos con él y alabando su desempeño. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, un escalofrío recorrió mi estómago, algo que nunca había sentido antes, como si todo dentro de mí ardiera como fuego.

Charles era once años mayor que yo. Mi prometido tenía cinco años. Sentía curiosidad por la experiencia de acostarme con un hombre de treinta y tantos años. Tenía una manera de ser muy bueno en la cama.

Miré el reloj y ya era la una y media de la mañana. No sé cuánto tiempo estaría rodeado de mujeres histéricas. Y no podía esperar. De hecho, ni siquiera debería estar allí, solo, en medio de la pista de baile, esperando su próximo movimiento. Yo era una chica comprometida, con una boda planeada desde hace años que se llevaría a cabo en unas pocas horas.

Respiré hondo y me di la vuelta, dándome cuenta de quién era: Sabrina Rockefeller. Yo no era su “bebé” o “pequeña niña”.

Cuando salía de la pista de baile, sentí que alguien tiraba de mí. Perdí el equilibrio y casi me caigo, tirando mi cuerpo contra el suyo. Nuestras miradas se encontraron y nos quedamos así por un rato, segundos que parecieron horas. Mi corazón parecía querer salir de mi pecho y juro que podía escuchar claramente sus latidos, tan intensos como los míos.

- ¿A dónde crees que vas? – preguntó, sin soltarme.

- Me voy.

- ¿Pensaste en irte sin despedirte? Sentí una mano cálida en mi espalda.

Antes de engañar a mi prometido y correr el riesgo de no llegar a casa esa noche, me alejé rápidamente, incluso en contra de mi voluntad.

- Bueno... creo que aquí es donde nos despedimos, vocalista de la banda Dreams , guitarrista y cantinero en mis ratos libres.

- Mariane ya está en el coche. Tay también se ha ido. Te están esperando. - me advirtió Dill, deteniéndose a mi lado.

- Estoy yendo. - le aseguré, rogándole con la mirada que se fuera y me dejara despedirme.

- Nos vemos allí... - Dill pareció entender y se fue.

- Entonces... no creo que nos volvamos a ver, ¿verdad? - Le preguntó.

Confirmé con un movimiento de cabeza.

- O, si nos vemos, serás una mujer casada.

- Seguramente. - Garantizar.

- Fue un placer... Sabrina. Charles tomó mi mano y besó el dorso de la misma.

Sonreí:

- Invierte en tu carrera como cantante. Tienes más talento como vocalista que como bartender.

- ¿Lo juras? Pero yo era un buen cantinero cuando le di tequila.

- Eso fue horrible. Solo bebí para no lastimarte.

- Confieso que traté de emborracharla. - El dice.

Lo miré a los ojos, sin saber si era verdad o una broma.

- Tengo que ir.

- ¿No quieres saber por qué quería emborracharte? Fijó sus ojos en los míos.

- Creo que no.

Sonrió y sacudió la cabeza:

- ¿Puedo pedir un beso de despedida?

- Sí... - Sentí que mi corazón se aceleraba y le di un beso en la mejilla, inmediatamente sintiendo el perfume masculino barato apoderarse de todo mi ser.

Pagaría cualquier cosa por ese perfume como recuerdo. Pero no sabía qué era... No lo reconoció por el olor.

"Hueles bien…" Observó.

- Tú… – Yo diría “también”, pero se notaba lo confundida e interesada que estaba en él – Adiós.

- Sabrina, cuando dije que quería un beso, no lo pedí en la mejilla. - Tomó mi mano, atrayéndome contra él, haciéndome enfrentarlo, tan cerca que sentí su cálido cuerpo junto al mío.

Juro que podía saborear su boca en la mía incluso sin besarlo. Me imaginé sus manos tocándome y su barba rozando mi piel. Pero...

- No puedo, Carlos. Me alejé, mirando hacia abajo.

Levantó mi barbilla y me hizo enfrentarlo:

- Dime que no me metí con nada dentro de ti y dejaré de molestarte.

- Charles, amo a mi prometido. Y yo soy una mujer fiel. No puedo hacer eso. Iría en contra de mis principios, valores y todo lo que creo sobre el amor, la fidelidad y el compromiso.

- No creo en esta puta lealtad, valores, amor y compromiso.

- Pero yo creo.

- Eso no existe.

- No estoy de acuerdo. Yo... tengo que irme.

- Sabrina, ¿vienes o no? – preguntó Tefy, acercándose.

- Me voy... - Acepté el brazo que me ofreció.

"Adiós..." Le dio una media sonrisa , luciendo un poco decepcionado.

- Adiós... Buena suerte con Dreams .

- Buena suerte con tu matrimonio. Levantó la mano en el aire y dio la espalda, desapareciendo entre la gente.

Cuando nos acercamos a la puerta de salida y la música se hizo más tranquila, Tefy preguntó:

- ¿Lo besaste?

- Claro que no.

Ella se echó a reír:

- No puedo creer que hayas perdido la oportunidad. Era guapo... Muy guapo. Parecía tener una huella... Y qué huella.

- ¿Cómo puedes decir eso? ¿Y Colín?

- Para eso son las despedidas de soltero... Para divertirte en tu última noche de soltera.

- Me divertí ... Pero no necesito traicionar a mi prometido por eso.

- Si me dices que no te interesaba el cantante, sé que es mentira. Sus ojos brillaron cuando lo miró.

- No estaba interesado. - Mentí.

Íbamos en dos coches. Mariane con la de ella y Dill con la tuya. Subí al lado del conductor, viendo a mi hermana recostada en el asiento, el volante de cuero negro entre sus dedos, sus uñas postizas rojas moviéndose con ansiedad:

- Pensé que nunca volvería del "Cáliz Efervescente" - Se burló.

- Efervescente... Muy Efervescente... Señor, qué lugar de hombres más guapos. ¿Y cuál era ese cantante principal de la banda? – dijo Tefy – Estaba interesado en Sabrina.

- Realmente lo fue... Y creo que todos en el lugar se dieron cuenta. – observó Tay.

Mariane puso en marcha el coche:

- Un lugar horrible. No pude ver al cantante, pero escuché su voz. No canté mal.

- Creo que podrían recomendarle la banda Dreams a tu padre. – sugirió Tefy.

- Papá no conseguiría una banda que toque el “Cáliz Efervescente”, chicas. - aseguró Marianne.

- Perdió la oportunidad... Tocó y cantó bien... Muy bien. - Admitido.

- Su estilo era cursi. Pero nada que una ducha en la tienda, un buen corte de pelo y un perfume de importación no puedan solucionar. - Tay comenzó a reírse.

- Me gustaba como era... No cambiaría nada, ni el estilo, ni la voz, ni un solo acorde de guitarra. - Yo hablé.

- Espera a que tu prometido escuche eso. – dijo Marianne.

Mi celular sonó. Lo saqué del embrague y vi el nombre de Colin.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo