—Thomas —
Estoy sentado en el escritorio del despacho de mis padres mientras leo un libro de Pérez Reverte, cuándo la puerta se abre y entra el vendaval de la señora Di Rossi con cara de pocos amigos. Me acomodo las gafas y espero a qué me hable…
—Estoy furiosa contigo, Thomas Scott.
—Y eso ¿Por qué sería?— me burlo, si me burlo de ella, hace algún tiempo se enojó conmigo porque le pregunté por mi gatita huraña. Alma me dijo que se había molestado con ella y que desde ese día no le contestaba las llamadas, pero pensé que ya se habían arreglado entre ellas dos. De eso ya hacía medio año y decidí no insistir más, pero sabía que en algún momento la bomba explotaría y que mi hermanita, pariente lejana de los pitufos vendría, pero no esperé que fuera tan rápido.
—¡Thomas, habla!
—Si no me dices no te entiendo.—«sí, Thomas, hazte el que no sabes »
—Mira baboso de porquería quiero saber qué te pasó la noche de mi boda con mi amiga. ¿Te sirve?— uff, lo dije, pero ¿cómo se enteró?
—Mierda…
—Si