JORDÁN
Mi cuerpo se movía, pero no era yo quien lo controlaba.
El aire ardía en mis pulmones, mis garras se extendieron, y el sonido que salió de mi garganta no era mío — era la risa de Drako, profunda y gutural.
«¿Ves qué fácil es?» siseó dentro de mi cabeza. «Ella te mira y cree que eres su salvador, pero siempre estuviste destinado a destruirla.»
«No…» logré decir entre jadeos, sujetándome la cabeza. Mi cuerpo avanzó tambaleante mientras Dafne retrocedía, los ojos abiertos de miedo.
«Jordán, por favor…» susurró.
Su voz atravesó el caos como una hoja de luz. Por un segundo — solo uno — Drako vaciló.
Forcé mi mano a detenerse en el aire antes de que pudiera tocarla. Mis garras quedaron a pocos centímetros de su garganta.
Temblaba con violencia, cada hueso de mi cuerpo librando una guerra contra aquello que vivía dentro de mí.
«No puedes ganar», gruñó Drako. «Ella es tu debilidad.»
«Entonces, ella es la parte que me hace humano», jadeé.
Antes de poder decir algo más, mis rodillas cedi