JORDÁN
Miré la media luna desde la ventana. Mi semblante no era nada bueno. El solo pensar que Dafne yacía sin vida en la cama hacía que me sangrara el corazón.
“¿Quién pudo haberle hecho esto?” pregunté, sin dirigirme a nadie en particular. Teodoro soltó un suspiro.
“Alfa, están tratando de averiguarlo, pero no hay rastros de qué la llevó al cuarto de almacenamiento en el sótano”, explicó Teodoro.
Apreté el puño con rabia. “Quiero que investigues eso. Averigua quién la atrajo hasta el sótano y encendió el incienso. Ella sufre de ceguera nocturna; pudo haber muerto si no la hubiera encontrado antes.”
“Sí, Alfa.”
La puerta chirrió, y el doctor salió de la habitación.
“¿Cómo está, doctor?” pregunté desesperado.
Suspiró, negando con la cabeza. “Me temo que no está en buenas condiciones, Alfa Jordán. Su estado es grave.”
“¿Qué? ¿Cómo? ¿Se va a recuperar?” pregunté con ansiedad. Por más que intentara ocultarlo, el nerviosismo que sentía no podía ser reprimido.
“No puedo asegurarle nada, Al